lunes, 4 de julio de 2011

Aprendamos Juntos


                                                                Aprendamos Juntos


   A menudo las noticias del ámbito educativo hacen referencia a la inclusividad como una de las metas de la nueva escuela.  Es el mismo Ministerio de Educación quién  nos habla de la atención educativa enfocada en la diversidad, la cual garantizaría el desarrollo emocional y académico de todos los menores que formen parte del sistema educativo actual. Por supuesto esto seria iniciado por algunos agentes específicos en lo que refiere a la materia estudiantil como lo son los docentes, profesores en el área diferencial, psicólogos escolares y psicopedagogos.

Dentro de cada establecimiento educativo se presentan la diversidad cultural, social y sexual tanto en el alumnado como dentro de los mismos apoderados y más internamente en los funcionarios de dicho establecimiento. Es por esto mismo que la rigurosidad con la que deben presentarse y realizar sus labores aquellos profesionales que a diario se vean relacionados con menores debe ser constante. Ya que lo esencial para trabajar en dicha situación es crear una atmósfera de confianza entre el aprendiz y el profesional, entre el tutor y aquel que pretende apoyar externamente del hogar a su hijo.

Actualmente en la mayor parte de las escuelas se puede apreciar una integración física a todas las culturas y a todos aquellos que presentan discapacidad física o mental, pero no así una inclusión de esta población extra en el currículo que se desempeña en el centro educativo. No es difícil deducir que el proceso de aculturación que viven los y las menores de países diferentes al nuestro como lo son los alumnos transferidos desde Estados Unidos, China, Alemania e inclusive los que no provienen desde tan lejos como  alumnos Peruanos o Argentinos esta presenten y por medio de este adquieren vocabulario y conocimientos ajenos a los de su país natal, pero no por esto olvidan o renuncian a sus costumbres y tradiciones, las cuales no son bien recibidas o internalizadas en la escuela, lo que es contraproducente si se plantea según la teoría psicosocial de Lev Vygotsky la cual menciona que el ser humano puede modificar  el medio para sus propios fines siempre y cuando su cultura sea la base de esos cambios, la inclusión que se expone hoy en día en las escuelas produce un alejamiento cada ves más rápido del alumnado de sus raices, sea cual sea su nacionalidad.  

El rol del psicopedagogo en base a este tema trascendental es el de resguardar la integridad emocional y física de estos alumnos que se encuentran en un “ desamparo social-estudiantil ”, por no ser respetados y a demás por que en algunos de los casos estos menores al no comprender la metodología de enseñanza que expone su tutor de aula es literalmente marginado e identificado como un alumno con déficit atencional, problemas de aprendizaje o hiperactividad (si su comportamiento y su forma de aprender fuese kinestésica) sin un diagnostico verídico, lo que a demás de causar perjuicios emocionales al menor provoca que los alumnos sientan lastima o rechazo hacia dicho compañero lo que prontamente se podría transformar en lo actualmente se conoce como Bulling. El psicopedagogo debe evitar todas estas posibles consecuencias desde la causa inicial al comenzar a trabajar con el menor o adolescente en cuestión desde su ingreso al establecimiento, proporcionándole calidez, afecto, respeto y sinceridad al momento de efectuar o desarrollar las materias  que se encuentren en el currículo y más aya del desarrollo académico ocuparse de que dicho alumno se sienta respaldado y valorado ya que estos alumnos no solo se enfrenta a un desafió estudiantil sino que además de carácter familiar, económico, personal y afectivo.


La diversidad no solo se plantea en la nacionalidad o en las costumbres, también la edad y la condición sexual son parte de los identificadores humanos que contribuyen a la creación de otro tipo de población dentro de una misma cultura.
Dentro de los establecimientos  educativos se encuentra una población minoritaria de alumnos gays y alumnas lesbianas o bisexuales, los cuales generalmente son el centro de atención negativa por parte de sus compañeros y en algunos casos por funcionarios de dicho establecimiento, el cual se traduce como acoso y en cifra es un 56.2 % del alumnado de dicha condición según el reporte anual de la FELGBT. Estos y estas menores son en gran porcentaje contribuyentes al bajo rendimiento escolar que se presenta actualmente y esto se debe a la desmotivación que les produce el ir a la escuela ya que es el sitio en el cual son discriminados, golpeados y hostigados. Otros sin embargo se enfocan en el rendimiento de manera excesiva, esto para sobresalir y llenar ese vació que les deja el exilio social, más no es del todo producente ya que no es el aprender la motivación real que los incita a ser alumnos de excelencia académica. El apoyo psicológico y pedagogogico que necesitan estos alumnos debe ser efectuado por un profesional competente, en la gran parte de los casos no se presenta la situación apropiada ya que son derivados a los llamados “orientadores” que tienden a enfocarse en el desempeño final que llevan los alumnos o es enviado con un psicólogo el cual mediara por el bien común dentro de la familia de dicho menor (que generalmente es otra fuente discriminatoria) lo cual no se enfoca en el conflicto central o no regulariza en totalidad el problema. En estos casos la misión del psicopedagogo es hacer que el alumno recupere la confianza en si mismo a través de sus propios logros, entregarle afecto y respeto y al momento de hacerlo ser lo más claro y preciso posible recordando que  los alumnos que se encuentran en la adolescencia requieren de más atención, que son más propensos a confundir las situaciones y que bajo el cargo de un profesional sin ética se encuentran en riesgo mayor y reduciría las posibilidades de  romper el ciclo al cual podemos llamar Indefensión aprendida, al escuchar al adolescente se avanza más rápidamente que solo pretendiendo enseñar lo establecido, el ingresar a su “mundo”  eleva las posibilidades de llegar a un consenso entre aprendiz y maestro para la practica educativa efectiva.

Con respecto a la edad se puede afirmar que de cada diez adultos tres son analfabetos y de los siete restantes cuatro no recuerdan más de un 40% de lo que se les enseño en la escuela precisó David Forsberg, director internacional de Alfalit, destinada a la alfabetización de adultos. Esto se debe primeramente a que hasta hace un par de años atrás la educación era un privilegio del cual no todos gozaban y que  la enseñanza era de carácter mecanizado y unilateral, lo cual increíblemente excluía al alumnado al momento de desempeñar lo aprendido en clases. Esta realidad se ha mantenido a lo largo de la vida de aquellos menores que fueron parte de aquella metodología de enseñanza y se manifiesta en sus labores diarias hoy en día ya convertidos en adultos. Para que el mecanicismo de la enseñanza no se apodere de las nuevas generaciones la labor que han de cumplir los maestro y más específicamente el psicopedagogo es facilitar el proceso de enseñanza-aprendizaje transformar todas las materias del currículo en la esencia de lo cotidiano y cada una de estas al mismo tiempo en un aprendizaje significativo como lo expuso Ausubel.
El aprendizaje es bilateral, el niño enseñara a su madre y viceversa, así mismo el alumno enseñara al maestro de nuevas materias y se complementaran, independientemente de las necesidades emocional de cada edad y que es relevante el satisfacerlas, el proceso para llegar al acoplamiento optimo en la educación se hace mas fácil con herramientas y  metodologías que el psicopedagogo entregara a cada una de las partes.

Dentro de los centros educativos se presenta el caso de los alumnos que ya han superado la mayoría de edad y aun se encuentran en cursos de nivel básico o medio inicial. Es frecuente que estos alumnos no crean salir exitosos de esta etapa por los fracasos anteriores, esto es otro de ejemplo de la ya mencionada indefensión aprendida.
A demás del caso de los adultos analfabetos y de los jóvenes adultos en proceso de escolarización se presentan dentro de la diversidad en la sociedad aquellos que en algún momento de su vida estuvieron recluidos de libertad o por necesidad económica nunca ingresaron a la escuela, la practica psicopedagógica en este plano es más compleja pero así mismo más satisfactoria, ya que el cambio positivo que se ha de generar a través de estímulos y más tarde de la propia auto motivación del “aprendiz” por superar las barreras de la ignorancia será el avance físico que pretenderá iniciar el cambio dentro de la misma sociedad cultural, emocional y académicamente hablando.

La psicopedagogía se introduce en los ámbitos familiares, escolares, emocionales y sociales de cada persona, es por esto que es un agente fuerte dentro de lo que es el proyecto de nueva escuela y un patrón prometedor en lo que a educación emocional se refiere.
Valga la redundancia el rol psicopedagógico se traduce en apoyar afectivamente, enseñar de forma bilateral y significativa, producir un cambio en lo que se conoce como “conciencia social”, ser parte de la vida del alumno, ser fuente de respaldo a los padres y apoderados, ser colega y compañero de los maestros que trabajan con la integridad de los menores, en palabras simples ser padre, amigo y hermano de aquel que necesita de apoyo psicológico y pedagógico.

En la sociedad actual la enseñanza emocional  ha sido apartada del currículo y transformada en materia secundaria junto con la música y las demás artes. Debido a esto las personas han olvidado o más bien ignoran cual es su capacidad real al enfrentar los desafíos, como superar las complicaciones que a diario se presentan y también como abandonar la pasividad con la que se desempeñan laboral, familiar y académicamente. Cuando las emociones no se han aprendido dice la señora Amanda Céspedes es muy difícil aprender lo externo al ser, es más difícil el almacenar la información de manera gustosa ya que no se encuentra propósito. Cuando el hombre se conoce puede conocer lo externo, cuando puedo entrar en la vida del otro sin esperar que el otro entre en la mía puedo comprender mejor con que puedo solucionar sus problemas, enuncio Carl Rogers en 1963.

Así mismo el psicopedagogo intenta ser arbitro entre el afecto y el conocimiento, balancear las expectativas del alumnado con las que la sociedad impone, ayudar a la maduración de las ideas y de las capacidades, a través de las caídas concretar logros, el surgimiento de la capacidad reciliente, transformar el miedo que se tiene a lo diferente por respeto desinteresado.

Las religiones, costumbres, razas y niveles socio-económicos son también parte de la diversidad que se encuentra en el terreno de la psicopedagogía. Dentro de las competencias de este tipo de especialistas se encuentra el análisis y externamente la reflexión, las cuales unidas producen apreciación amplia de cada situación, de como abarcarla y como deshacer el efecto que produce dicha causa, estas capacidades pretenden a demás erradicar la exclusividad que se les otorga a algunos alumnos en la sociedad, la exclusión a menores y adultos que sufren y se ven limitados a aprender solo por ser “diferentes” a la mayoría y de paso exterminar el estrés escolar que se crea en situaciones de hostilidad académica.
¡La doctrina de la igualdad!... Pero si no existe veneno más venenoso que ése: pues esa doctrina parece ser predicada por la justicia misma, mientras que es el final de la justicia..."Igualdad para los iguales, desigualdad para los desiguales" - ése seria el verdadero discurso de la justicia: y, lo que de ahí se sigue, "no igualar jamás a los desiguales".  (Friedrich Nietzsche).


                                                                                                                               Patricio L. Ortega O.

domingo, 3 de julio de 2011

El Gígante Egoísta

El Gígante Egoísta
(Óscar Wilde)

   Todas las tardes, a la salida de la escuela, los niños se habían acostumbrado a ir a jugar al jardín del gigante. Era un jardín grande y hermoso, cubierto de verde y suave césped. Dispersas sobre la hierba brillaban bellas flores como estrellas, y había una docena de melocotones que, en primavera, se cubrían de delicados capullos rosados, y en otoño daban sabroso fruto.

Los pájaros se posaban en los árboles y cantaban tan deliciosamente que los niños interrumpían sus juegos para escucharlos.

-¡Qué felices somos aquí!- se gritaban unos a otros.

Un día el gigante regresó. Había ido a visitar a su amigo, el ogro de Cornualles, y permaneció con él durante siete años. Transcurridos los siete años, había dicho todo lo que tenía que decir, pues su conversación era limitada, y decidió volver a su castillo. Al llegar vio a los niños jugando en el jardín.

-¿Qué estáis haciendo aquí?- les gritó con voz agria. Y los niños salieron corriendo.

-Mi jardín es mi jardín- dijo el gigante. -Ya es hora de que lo entendáis, y no voy a permitir que nadie mas que yo juegue en él.

Entonces construyó un alto muro alrededor y puso este cartel:
Prohibida la entrada.
Los transgresores serán
procesados judicialmente.

Era un gigante muy egoísta.

Los pobres niños no tenían ahora donde jugar.

Trataron de hacerlo en la carretera, pero la carretera estaba llena de polvo y agudas piedras, y no les gustó.

Se acostumbraron a vagar, una vez terminadas sus lecciones, alrededor del alto muro, para hablar del hermoso jardín que había al otro lado.

-¡Que felices éramos allí!- se decían unos a otros.

Entonces llegó la primavera y todo el país se llenó de capullos y pajaritos. Solo en el jardín del gigante egoísta continuaba el invierno.

Los pájaros no se preocupaban de cantar en él desde que no había niños, y los árboles se olvidaban de florecer. Solo una bonita flor levantó su cabeza entre el césped, pero cuando vio el cartel se entristeció tanto, pensando en los niños, que se dejó caer otra vez en tierra y se echó a dormir.

Los únicos complacidos eran la Nieve y el Hielo.

-La primavera se ha olvidado de este jardín- gritaban. -Podremos vivir aquí durante todo el año
La Nieve cubrió todo el césped con su manto blanco y el Hielo pintó de plata todos los árboles. Entonces invitaron al viento del Norte a pasar una temporada con ellos, y el Viento aceptó.

Llegó envuelto en pieles y aullaba todo el día por el jardín, derribando los capuchones de la chimeneas.

-Este es un sitio delicioso- decía. -Tendremos que invitar al Granizo a visitarnos.

Y llegó el Granizo. Cada día durante tres horas tocaba el tambor sobre el tejado del castillo, hasta que rompió la mayoría de las pizarras, y entonces se puso a dar vueltas alrededor del jardín corriendo lo más veloz que pudo. Vestía de gris y su aliento era como el hielo.

-No puedo comprender como la primavera tarda tanto en llegar- decía el gigante egoísta, al asomarse a la ventana y ver su jardín blanco y frío. -¡Espero que este tiempo cambiará!

Pero la primavera no llegó, y el verano tampoco. El otoño dio dorados frutos a todos los jardines, pero al jardín del gigante no le dio ninguno.

-Es demasiado egoísta- se dijo.

Así pues, siempre era invierno en casa del gigante, y el Viento del Norte, el Hielo, el Granizo y la Nieve danzaban entre los árboles.

Una mañana el gigante yacía despierto en su cama, cuando oyó una música deliciosa. Sonaba tan dulcemente en sus oídos que creyó sería el rey de los músicos que pasaba por allí. En realidad solo era un jilguerillo que cantaba ante su ventana, pero hacía tanto tiempo que no oía cantar un pájaro en su jardín, que le pareció la música más bella del mundo. Entonces el Granizo dejó de bailar sobre su cabeza, el Viento del Norte dejó de rugir, y un delicado perfume llegó hasta él, a través de la ventana abierta.

-Creo que, por fin, ha llegado la primavera- dijo el gigante; y saltando de la cama miró el exterior. ¿Qué es lo que vio?

Vio un espectáculo maravilloso. Por una brecha abierta en el muro los niños habían penetrado en el jardín, habían subido a los árboles y estaban sentados en sus ramas. En todos los árboles que estaban al alcance de su vista, había un niño. Y los árboles se sentían tan dichosos de volver a tener consigo a los niños, que se habían cubierto de capullos y agitaban suavemente sus brazos sobre las cabezas de los pequeños.

Los pájaros revoloteaban y parloteaban con deleite, y las flores reían irguiendo sus cabezas sobre el césped. Era una escena encantadora. Sólo en un rincón continuaba siendo invierno. Era el rincón más apartado del jardín, y allí se encontraba un niño muy pequeño. Tan pequeño era, no podía alcanzar las ramas del árbol, y daba vueltas a su alrededor llorando amargamente. El pobre árbol seguía aún cubierto de hielo y nieve, y el Viento del Norte soplaba y rugía en torno a él.

-¡Sube, pequeño!- decía el árbol, y le tendía sus ramas tan bajo como podía; pero el niño era demasiado pequeño. El corazón del gigante se enterneció al contemplar ese espectáculo.
-¡Qué egoísta he sido- se dijo. -Ahora comprendo por qué la primavera no ha venido hasta aquí. Voy a colocar al pobre pequeño sobre la copa del árbol, derribaré el muro y mi jardín será el parque de recreo de los niños para siempre.

Estaba verdaderamente apenado por lo que había hecho.

Se precipitó escaleras abajo, abrió la puerta principal con toda suavidad y salió al jardín.

Pero los niños quedaron tan asustados cuando lo vieron, que huyeron corriendo, y en el jardín volvió a ser invierno.

Sólo el niño pequeño no corrió, pues sus ojos estaban tan llenos de lágrimas, que no vio acercarse al gigante. Y el gigante se deslizó por su espalda, lo cogió cariñosamente en su mano y lo colocó sobre el árbol. El árbol floreció inmediatamente, los pájaros fueron a cantar en él, y el niño extendió sus bracitos, rodeó con ellos el cuello del gigante y le besó.

Cuando los otros niños vieron que el gigante ya no era malo, volvieron corriendo y la primavera volvió con ellos.

-Desde ahora, este es vuestro jardín, queridos niños- dijo el gigante, y cogiendo una gran hacha derribó el muro. Y cuando al mediodía pasó la gente, yendo al mercado, encontraron al gigante jugando con los niños en el más hermoso de los jardines que jamás habían visto.

Durante todo el día estuvieron jugando y al atardecer fueron a despedirse del gigante.

-Pero, ¿dónde está vuestro pequeño compañero, el niño que subí al árbol?- preguntó.

El gigante era a este al que más quería, porque lo había besado.

-No sabemos contestaron los niños- se ha marchado.

-Debéis decirle que venga mañana sin falta- dijo el gigante.

Pero los niños dijeron que no sabían donde vivía y nunca antes lo habían visto. El gigante se quedó muy triste.

Todas las tardes, cuando terminaba la escuela, los niños iban y jugaban con el gigante. Pero al niño pequeño, que tanto quería el gigante, no se le volvió a ver. El gigante era muy bondadoso con todos los niños pero echaba de menos a su primer amiguito y a menudo hablaba de él.

-¡Cuánto me gustaría verlo!- solía decir.

Los años transcurrieron y el gigante envejeció mucho y cada vez estaba más débil. Ya no podía tomar parte en los juegos; sentado en un gran sillón veía jugar a los niños y admiraba su jardín.

-Tengo muchas flores hermosas- decía, pero los niños son las flores más bellas.
 Una mañana invernal miró por la ventana, mientras se estaba vistiendo. Ya no detestaba el invierno, pues sabía que no es sino la primavera adormecida y el reposo de las flores.

De pronto se frotó los ojos atónito y miró y remiró. Verdaderamente era una visión maravillosa. En el más alejado rincón del jardín había un árbol completamente cubierto de hermosos capullos blancos. Sus ramas eran doradas, frutos de plata colgaban de ellas y debajo, de pie, estaba el pequeño al que tanto quiso.

El gigante corrió escaleras abajo con gran alegría y salió al jardín. Corrió precipitadamente por el césped y llegó cerca del niño. Cuando estuvo junto a él, su cara enrojeció de cólera y exclamó:

- ¿Quién se atrevió a herirte?- Pues en las palmas de sus manos se veían las señales de dos clavos, y las mismas señales se veían en los piececitos.

-¿Quién se ha atrevido a herirte?- gritó el gigante. -Dímelo para que pueda coger mi espada y matarle.

-No- replicó el niño, pues estas son las heridas del amor.

-¿Quién eres?- dijo el gigante; y un extraño temor lo invadió, haciéndole caer de rodillas ante el pequeño.

Y el niño sonrió al gigante y le dijo:

-Una vez me dejaste jugar en tu jardín, hoy vendrás conmigo a mi jardín, que es el Paraíso.

Y cuando llegaron los niños aquella tarde, encontraron al gigante tendido, muerto, bajo el árbol, todo cubierto de capullos blancos.

sábado, 2 de julio de 2011

Los 12 Meses

Los 12 Meses
(Cuento Ruso)

   Hubo una vez una viuda que tenía dos hijas: Helena, la única hija que tuvo con su marido, y Marouckla, que la había tenido con su primer esposo, antes de que este muriera. Ella amaba a Helena, pero odiaba a la pobre huérfana porque era mucho más linda que su propia hija.

Marouckla no pensaba en lo bonita que era, y no podía entender por qué su madrastra se enojaba apenas la veía. A ella le tocaba hacer los trabajos más pesados. Limpiaba los cuartos, cocinaba, lavaba, cocía, tejía, traía el heno, lechaba a la vaca, cortaba la leña, y todo sin ninguna ayuda.

Helena, mientras tanto, no hacía más que vestirse con las mejores ropas e ir de una diversión a otra.

Pero Marouckla nunca se quejaba. Soportaba el mal temperamento de su madre y hermana con una sonrisa en sus labios, y la paciencia de un cordero. Pero este comportamiento angélico no las suavizaba. Se fueron volviendo más tiránicas y gruñonas, y a medida que Marouckla crecía en belleza, aumentaba la fealdad de Helena.

Entonces la madrastra decidió librarse de Marouckla, porque sabía que mientras ella permaneciera allí, su propia hija no conseguiría pretendientes. Provocó entonces hambre, todo tipo de privaciones, abusos y cualquier cosa que sirviera para hacer que la vida de la muchacha fuese miserable. Pero a cambio de ello, Marouckla se volvía cada vez más dulce y encantadora.

Un día en medio del invierno Helena quiso algunas violetas

- Escucha - lloriqueó a Marouckla - debes ir a la montaña y encontrarme violetas. Quiero ponerlas en mi vestido. Deben ser frescas y de dulce aroma, ¿me has escuchado?

- Pero, mi querida hermana, ¿cuándo has visto violetas creciendo en la nieve? - dijo la pobre huérfana.

- ¡Criatura desgraciada! ¿Te atreves a desobedecerme? - dijo Helena. ¡Ni una palabra más! Si no me traes algunas violetas del bosque de la montaña, te mataré.

La madrastra también agregó sus amenazas a las de Helena, y con vigorosos empujones hicieron salir a Marouckla afuera y cerraron la puerta tras ella. La pobre chica hizo su camino hacia la montaña sollozando. La nieve era profunda, y no había trazas de ningún ser humano. Largo tiempo caminó sin dirección, hasta perderse en el bosque. Tenía hambre, temblaba de frío, y rezó pidiendo la muerte.

De pronto vio una luz en la distancia, y trepando hacia ella alcanzó la punta la montaña. Sobre el pico más alto ardía un gran fuego, rodeado por doce bloques de piedra sobre los cuales se sentaban doce seres extraños. De ellos los tres primeros tenían el cabello blanco, tres no eran tan ancianos, tres eran jóvenes y hermosos y el resto era aún más joven.

Todos estaban sentados en silencio mirando el fuego. Eran los Doce Meses del Año. El gran Enero estaba sentado más alto que el resto. Su cabello y bigotes eran blancos como nieve, y en su mano sostenía una varita. Al comienzo Marouckla tuvo miedo, pero después regresó su valor, y acercándose dijo:

- Hombre de Dios, ¿puedo calentarme con su fuego? Estoy congelada por el frío invernal.

El gran Enero levantó su cabeza y respondió:

- ¿Qué te trae aquí, hija mía? ¿Qué estás buscando?

- Busco violetas - respondió la doncella.

- Esta no es la temporada de violetas. ¿No ves que hay nieve por todas partes? - dijo Enero.

- Lo sé bien, pero mi hermana Helena y mi madrastra me han ordenado llevarles violetas de su montaña. Si regreso sin ellas me matarán. Les ruego, buenos pastores, que me digan dónde puedo encontrarlas.

El gran Enero se levantó y fue hacia los Meses más jóvenes y, poniendo su varita en sus manos, dijo:

- Hermano Marzo, toma el lugar más alto...

Marzo obedeció, moviendo su varita al mismo tiempo sobre el fuego. Inmediatamente las llamas se elevaron hacia el cielo, la nieve comenzó a derretirse y los árboles y arbustos empezaron a florecer. El pasto se volvió verde, y entre sus hojas aparecieron algunas flores. Era primavera, y los prados estaban azules con violetas.

- Reúnelas rápidamente, Marouckla - dijo Marzo.

Alegremente se apresuró en juntar las flores, y teniendo pronto un gran manojo en sus manos, les agradeció y corrió a su casa. Helena y la madrastra estaban impresionadas al ver las flores, y el aroma con que éstas llenaron las habitaciones.

- ¿Dónde las encontraste? - preguntó Helena.

- Bajo los árboles en la ladera de la montaña - dijo Marouckla.

Helena guardó las flores para ella y su madre. Ni siquiera agradeció a su hermanastra por las dificultades que tuvo que tomar.

Al día siguiente, quiso que Marouckla le trajera frutillas.

- Corre, le dijo - y tráeme frutillas de la montaña. Deben estar muy dulces y maduras.

- ¿Pero cuándo has oído que las frutillas maduren en la nieve? - exclamó Marouckla.

- Cuida tu lengua, gusano. No me respondas. Si no traes mis frutillas, te mataré - dijo Helena.

Entonces la madrastra empujó a Marouckla hacia afuera y cerró la puerta. La desdichada joven hizo su camino a la montaña y hacia el gran fuego alrededor del cual se sentaban los Doce Meses. El gran Enero ocupaba nuevamente el lugar más alto.

- Hombre de Dios, ¿puedo calentarme con su fuego? El frío invernal me congela - dijo ella, acercándose.

El gran Enero levantó su cabeza y preguntó:

- ¿Por qué has venido? ¿Qué buscas?

- Busco frutillas - dijo ella.

- Estamos en medio del invierno - replicó Enero - y las frutillas no crecen en la nieve.

- Lo sé - dijo tristemente la muchacha - pero mi hermana y madrastra me ordenaron llevarles frutillas. Si no lo hago me matarán. Les ruego, buenos pastores, que me digan dónde encontrarlas.

El gran Enero se levantó, cruzó hacia el Mes que se encontraba en la posición opuesta, y poniendo la varita en su mano, dijo:

- Hermano Junio, toma tú el lugar más alto.

Junio obedeció, y movió la varita hacia el el fuego. Las llamas se elevaron hacia el cielo. Instantáneamente la nieve se derritió, la tierra se cubrió de verde, los árboles estaban vestidos con hojas, los pájaros comenzaron a cantar y muchas flores adornaron el bosque. Era verano. Bajo los arbustos había ramilletes de flores estrelladas se convirtieron en frutillas maduras, e instantáneamente cubrieron el suelo, haciéndolo parecer como un mar de sangre.

- Reúnelas rápidamente, Marouckla - dijo Junio.

Alegremente ella agradeció a los Meses, y habiendo llenado su delantal corrió feliz a su hogar.

Helena y su madre se maravillaron al ver las frutillas, que llenaban la casa con su deliciosa fragancia.

- ¿Dónde las encontraste? - preguntó Helena.

- Justo en medio de las montañas. Las que se encuentran bajo las hayas no están mal - respondió Marouckla.

Helena le dio algunas pocas a su madre y se comió el resto. Ni una le ofreció a su hermanastra. Y ya cansada de las frutillas, al tercer día decidió que ahora quería unas frescas manzanas rojas.

- Corre, Marouckla - dijo - y tráeme manzanas rojas y frescas de la montaña.

- ¿Manzanas en invierno, hermana? ¡Las árboles no tienen ni hojas ni frutas!

- Ve inmediatamente - dijo Helena - y a menos que traigas las manzanas, te mataré.

Como antes, la madrastra la arrojó rudamente afuera de la casa. La pobre chica fue llorando a la montaña, cruzó la profunda nieve, y alrededor del fuego encontró a los Doce Meses, donde como siempre estaban sentados y, sobre la roca más alta, se hallaba el gran Enero.

- Hombre de Dios, ¿puedo calentarme en su fuego? El frío invernal me congela - dijo ella acercándose.

El gran Enero levantó su cabeza:

- ¿Por qué estás aquí? ¿Qué buscas? - le preguntó.

- Busco manzanas rojas - respondió Marouckla.

- Pero es invierno, y no es estación de manzanas rojas - observó el gran Enero.

- Lo sé - respondió la joven - pero mi hermana y madrastra me han enviado a recoger manzanas rojas de la montaña. Si regreso sin ellas, me matarán.

Como antes, el gran Enero se levantó y fue hacia uno de los Meses mayores, a quien entregó la varita, diciendo:

- Hermano Septiembre, toma tú el lugar más alto.

Septiembre se trasladó a la roca más alta, y movió la varita sobre el fuego. Hubo un resplandor de llamas rojas, la nieve desapareció, pero las descoloridas hojas que temblaban en los árboles fueron enviadas por un viento frío en grupos amarillos hasta el suelo. Sólo unas pocas flores de otoño eran visibles. Al comienzo Marouckla buscó en vano por manzanas rojas. Entonces espió un árbol que crecía a gran altura, y de sus ramas colgaba la brillante fruta roja. Septiembre le ordenó que las juntara rápido. La chica fue pronto a sacudir el árbol. Primero cayó una manzana, luego otra.

- Eso es suficiente - dijo Septiembre - apresúrate en regresar a casa.

Agradeciendo a los Meses, volvió a casa alegremente. Helena y su madrastra se impresionaron de ver las frutas.

- ¿Dónde las recogiste? - preguntó la hermanastra.

- Hay más en la punta de la montaña - respondió Marouckla.

- Entonces, ¿por qué no trajiste más? - dijo Helena enojada. - Debiste comértelas en el camino, niña malvada.

- No, querida hermana, ni siquiera las he probado - dijo Marouckla. - Sacudí el árbol dos veces. Una manzana cayó cada vez. Unos pastores que allí había no me permitieron sacudirlo otra vez, sino que me dijeron que regresara a casa.

- Escucha, madre - dijo Helena. - Dame mi abrigo. Iré a buscar algunas manzanas yo misma. Podré encontrar la montaña y el árbol. Los pastores podrán gritarme que pare, pero no me iré hasta haber sacado todas las manzanas.

Contra el consejo de su madre, ella se puso la capa y el sombrero e inició el camino a la montaña. La nieve cubría todo. Helena se perdió mientras vagaba sin dirección. Después de un tiempo vio una luz sobre ella y siguiendo esa dirección, alcanzó la punta de la montaña.

Había un fuego llameando, los doce bloques de piedra, y los Doce Meses. Al principio tuvo miedo y dudó, pero luego se acercó y calentó sus manos. No pidió permiso, ni siquiera dijo una palabra.

- ¿Qué te ha traído por aquí? ¿Qué buscas? - dijo el gran Enero severamente.

- No estoy obligada a decírtelo, viejo barbagrís. ¿Cuál es tu negocio? - replicó desdeñosamente, dando la espalda al fuego y yendo hacia el bosque.

El gran Enero frunció el seño, y agitó su varita sobre su cabeza. Instantáneamente el cielo se cubrió de nubes, el fuego bajó, la nieve cayó en grandes copos y un viento helado azotó a la montaña. En medio de la furia de la tormenta, Helena tropezó. La capa no le abrigaba, y tenía entumecidos los miembros.

La madre se quedó esperándola. Miraba por la ventana, y también desde la puerta, pero su hija no regresaba. Las horas pasaron lentamente, y Helena no regresó.

- ¿Puede ser que las manzanas la hayan encantado fuera de su hogar? - pensó la madre. Entonces se abrigó y decidió ir a buscar a su hija. La nieve caía en gran cantidad, cubriendo todas las cosas. Por largo tiempo vagó sin dirección. El viento helado golpeaba a la montaña, pero ninguna voz respondió a sus gritos.

Día tras día Marouckla trabajó, y rezó, y esperó, pero ni la madrastra ni la hermana regresaron. Se habían congelado en la montaña.

La herencia de una pequeña casa, un campo y una vaca fue para Marouckla. Con el tiempo un honesto granjero se casó con ella y vivieron sus vidas feliz y pacíficamente.