martes, 25 de septiembre de 2012

¡No me gusta esa comida!



¡No me gusta esa comida!
Anónimo

Camilo y Pablo son hermanos gemelos. Nacieron el mismo día y son muy parecidos: a los dos les gusta jugar a hacer carreras con sus bicicletas.

Pero hay algo más en lo que son parecen mucho… los dos tiene caprichos con las comidas.

Camilo es muy delgado, solo come fideos y no abre la boca si la mamá le sirve otro plato.

-          Camilo, tú necesitas comer frutas, verduras, legumbres y carnes – dice mamá.

-          ¡no quiero! ¡no me gusta! – dice siempre Camilo

Pablo tiene unos kilos de más… pero no es porque coma de todo… él solo come golosinas, pan y grasas. Las gaseosas y las papas fritas también son parte de su colación en el colegio.

La mamá ha tratado de hacerla comer otra cosa, pero Pablo siempre consigue salirse con la suya.

Tanto el papá como la mamá están preocupados. La situación se les fue de las manos…

-          Debimos ser más enérgicos. – dice el papá

-          Sí, les permitimos muchas cosas – dice la mamá.

Afortunadamente, al papá se le ocurrió una buena idea.

-          Nuestros hijos no comen bien porque nosotros tampoco comemos bien. Si nosotros cambiamos, ellos van a tener que hacerlo – dijo el papá.

Aunque a la mamá no le gusto que el papá dijera eso, ella sabía que tenía razón. Por eso, decidieron que cambiarían sus hábitos y que comprarían alimentos diferentes.

El sábado fueron al supermercado y comenzaron a recorrer los pasillos. Antes casi no pasaban por el sector de frutas y verduras. Ahora, en cambio, sacaron lechugas, repollos, tomates, espinacas, betarragas, coliflor, zapallo y papas. Los hermanitos se miraba extrañados.

Luego se detuvieron en la pescadería y pidieron que les pesaran un enorme pez.

-          Mami, huele mal – dijo Pablo, tapándose la nariz.

-          Es el olor típico de los pescados, pero su sabor es delicioso- contestó la mamá.

Al final, la mamá se detuvo en el sector de las legumbres y sacó lentejas y porots.

-mmm, ¿qué serán esas bolitas? – pensó Pablo – que no conocía ninguna legumbre.

Cuando se acercaron a la caja registradora, Pablo saltó del carro y dijo:

-          ¡Mamá!, falta la mayonesa, las galletas, papas fritas y bebidas.

-          No, hijo, ya no compraremos más esas cosas – dijo la mamá.

Pablo quiso llorar pero no pudo.

A la hora del almuerzo, la mamá presentó un plato de pescado con arroz. El papá lo encontró delicioso. Pero los hermanos se miraron y dijeron a coro:

-¡no quiero! ¡no me gusta!

El papá y la mamá no intentaron convencerlos. Siguieron comiendo e incluso se pusieron a conversar. Los niños no entendían lo que pasaba, los papás habían cambiado. Por eso comenzaron a decir más fuerte.

-          ¡no quiero! ¡no me gusta!

Pero ni mamá ni papá estaban interesados, puesto que estaban de acuerdo, por lo que tomaron sus platos y terminaron de comer en el living.

Pablo y Camilo, hambrientos y sin entender nada, fueron a buscar las cosas que ellos acostumbraban comer.

Abrieron el refrigerador y lo encontraron lleno de verduras y frutas. Luego abrieron otro mueble y, en vez de las acostumbradas galletas y frituras, encontraron legumbres, arroz y tarros de atún.

-          Tengo hambre. – dijo Camilo

-          Yo también – respondió Pablo

-          ¿Por qué no probamos esa nueva comida? – propuso Camilo.

-          Es que a mí no me gusta – alegó Pablo

-          Mentira, no sabes qué gusto tiene – le dijo Camilo- quien había decidido no morir de hambre.

Sin hacer ruido, se sentaron a comer.

La comida estaba un poco fría, pero el sabor era muy agradable.

Sus papás estaban contentos. Camilo y Pablo habían logrado vencer sus caprichos y ellos demostraron ser unos padres inteligentes y preocupados. Si bien los hermanitos mantuvieron algunos caprichos con la comida, desde ese día están más dispuestos a probar diferentes alimentos.

Fin.

miércoles, 19 de septiembre de 2012

El Rey Midas

El Rey Midas
Mitología

  Hace Mucho tiempo vivio un Rey llado Midas, este rey vivía en un palacio al lado de un valle, cerca de un río muy bonito. Tenía mucho dinero en su palacio, y todos los lujos que no podrías ni imaginar.
Pero el rey Midas contaba el dinero todos los días y siempre quería tener más, solía decir: “Quiero ser más rico!!“.
Un día llegó a sus manos una lámpara mágica, así que se le presentó un mago y le preguntó: “¿Qué deseo quieres que te conceda?“. Y Midas le contestó: “Quiero ser más rico todavía“.

El mago pensó en darle una lección, y le dijo: “Está bien, te concederé un deseo que te hará el hombre más rico del mundo. Cada vez que toques cualquier cosa, esta se convertirá en oro“.
El rey Midas aceptó sin dudarlo, y se despidió del mago para disponerse a explotar su nuevo poder de convertir las cosas en oro.
Lo primero que hizo fue tocar los cubiertos para comprobar su poder, y en cuanto los tocó, éstos se convirtieron en cubiertos de oro.
Muy contento, se dispuso a comer, y cual fue su sorpresa cuando fue a coger un poco de queso y el trozo de queso se convirtió en oro, por lo que el rey Midas no se lo pudo comer. Así le pasó también con la fruta, el pollo asado, y toda la comida que tenía que coger con las manos.
Rey Midas fue a ver a su hija para contarle lo que le estaba pasando, pero al abrazarla su hija también se convirtió en oro.
Desesperado fue a ver de nuevo al mago, y le pidió que le explicara por qué le hacía eso, a lo que el mago contestó: “Quería que te dieras cuenta de lo poco importante que es ser rico, y que te fijaras en las cosas que realmente importan. Espero que hayas aprendido la lección.”
Después de decir esto, el mago le retiró el conjuro y desapareció. Y el rey Midas comprendió perfectamente que no debía ser avaricioso, y a partir de entonces vivió disfrutando de su familia, sin preocuparse por su riqueza.

FIN

martes, 18 de septiembre de 2012

El Cuervo y el Zorro

El Cuervo y El Zorro
Fabúla
Ilustración.de Sabrina Dieghi

En la rama de un árbol,
bien ufano y contento,
con un queso en el pico,
estaba el señor Cuervo.
Del olor atraído
un Zorro muy maestro,
le dijo estas palabras,
a poco más o menos:
«Tenga usted buenos días,
señor Cuervo, mi dueño;
vaya que estáis donoso,
mono, lindo en extremo;
yo no gasto lisonjas,
y digo lo que siento;
que si a tu bella traza
corresponde el gorjeo,
juro a la diosa Ceres ,
siendo testigo el cielo,
que tú serás el fénix
de sus vastos imperios.
Al oír un discurso
tan dulce y halagueño,
de vanidad llevado,
quiso cantar el Cuervo.
Abrió su negro pico,
dejó caer el queso;
el muy astuto Zorro,
después de haberle preso,
le dijo: «Señor bobo,
pues sin otro alimento,
quedáis con alabanzas
tan hinchado y repleto,
digerid las lisonjas
mientras yo como el queso.»
Quien oye aduladores,
nunca espere otro premio.

domingo, 16 de septiembre de 2012

La tortilla corredora



La Tortilla Corredora
Anónimo
Ilustración de  la Srta. Loreto Salinas
 
     Había una vez una familia formada por el papá, la mamá y siete niños, todos de muy buen apetito. Un día la mamá

preparó una rica tortilla con harina, huevos, mantequilla, leche y azúcar. Cuando tuvo la masa lista, la puso en el horno.

Al sentir en el aire un rico olor, los niños dijeron:

- Mamita querida, ¿nos das un pedacito de tortilla?

- Todavía no –dijo la mamá-, tenemos que esperar que esté crujiente y dorada.

Cuando la tortilla vio aquellas bocas abiertas y aquellos ojos que la miraban con tanta hambre, se asustó muchísimo.

¡No quería que se la comieran!

Cuando la mamá abrió la puerta del horno, la tortilla dio un gran salto, rodó hasta la puerta y salió corriendo a la

calle lo más rápido que pudo.

- ¿Adónde vas? –gritó la mamá. Y tomando una cuchara de palo, salió persiguiendo a la tortilla. Su marido y sus hijos

corrieron tras ella, gritando a la gente que pasaba por la calle:

- ¡Paren a esa tortilla! ¡Paren a esa tortilla!

Pero la tortilla corría tan rápido que muy pronto quedaron atrás. Volvieron a su casa muy tristes y esa noche sólo

comieron pan duro.

A poco rodar, la tortilla se encontró con un anciano, que le dijo:

- ¿Adónde vas tan rápido? Para y deja que te coma un pedacito. ¡Tengo mucha hambre!

- ¡Oh, no! –dijo la tortilla-. Acabo de escaparme de una mamá, un papá y siete hijos, todos con hambre. ¿Y quieres que

me deje comer por ti?

Y siguió rodando. Poco después le salió al encuentro un hermoso gallo.

- ¿Adónde vas tan rápido? –dijo el gallo-. Para un poco y deja que te coma un pedacito. ¡Tengo mucha hambre!

- ¡Oh, no! –dijo la tortilla-. Acabo de escaparme de una mamá, un papá, siete hijos y un anciano, todos con mucha hambre.

¿Y quieres que me deje comer por ti?

Y echó a correr a toda velocidad. Rueda que te rueda, tropezó con una gorda gallina que estaba al lado del camino.

- ¿Por qué corres así? –dijo la gallina-. Para un poco y deja que te coma un pedacito. ¡Tengo mucha hambre!

- ¡Oh, no! –dijo la tortilla-. Acabo de escaparme de una mamá, un papá, siete hijos, un anciano y un gallo, todos hambrientos.

¿Y quieres que me deje comer por ti?

Y siguió corriendo lo más rápido que podía, cada vez más enojada porque hubiera tanta gente que quisiera comerla.

Rodando, rodando, llegó a una laguna y se encontró con un pato.

- ¿Adónde vas, tortilla? –dijo éste-. Para un poco y deja que te coma un pedacito. ¡Tengo mucha hambre!

- ¡Oh, no! –dijo la tortilla-. Me he escapado de una mamá, un papá, siete niños, un viejo, un gallo y una gallina… ¿Y quieres

que me deje comer por ti?

La tortilla estaba empezando a cansarse… Pero siguió rodando lo más rápido que pudo. Un poco más allá, le salió

al paso un inmenso ganso.

- ¿Por qué corres tan rápido? –le dijo el ganso-. Para un momento y deja que te coma un pedacito. ¡Tengo mucha hambre!

- ¡Oh, no! –dijo la tortilla-. He corrido mucho. Me he escapado de una mamá, un papá, siete niños, un viejo, un gallo, una

gallina y un pato. ¿Y quieres que me deje comer por ti?

El ganso se abalanzó sobre ella pero no logró atraparla. La tortilla corría y corría y estuvo a punto de tropezar con

un gordo cerdo que dormía al sol.

- Buenos días, tortilla- dijo el cerdo, abriendo un solo ojo.

- Buenos días, cerdo- respondió la tortilla sin detenerse.

- ¿Por qué tan apurada?

- Para que no me comas.

- ¿Yo? No te preocupes. No me gustan las tortillas. Te convido a dar una vueltecita por ahí.

Como la tortilla estaba muy cansada, le pareció una buena idea dar un paseíto con el cerdo. Caminaron y caminaron

hasta que llegaron a un río.

- Ahora la cruzaremos y seguiremos andando al otro lado –dijo el chancho.

- Yo no podré –dijo la tortilla-. Si me mojo y me empapo, me voy al fondo.

- Tienes razón. Entonces súbete a mi lomo. Yo te pasaré a la otra orilla –dijo el cerdo amablemente.

- ¡Gracias! ¡Qué amable eres!

Y diciendo esto, saltó la tortilla al lomo del cerdo. Este torció entonces el cuello, abrió la boca y,

de un bocado, se la comió.

Y aquí termina el cuento, porque si ya no hay tortilla, ¿cómo va a seguir?

La respuesta esta en lo opuesto


La respuesta esta en lo opuesto
Adaptación por Patricio Ortega

Que gran decepción tenía el joven de esta historia, su amargura absoluta era por la forma tan inhumana en que se comportaban todas las personas, al parecer, ya a nadie le importaba nadie.

Un día dando un paseo por el monte, vio sorprendido que una pequeña rata le llevaba comida a un gordo gato negro malherido, el cual no podía valerse por sí mismo.

Le impresionó tanto al ver este hecho, que regresó al siguiente día para ver si el comportamiento de la liebre era casual o habitual. Con enorme sorpresa pudo comprobar que la escena se repetía: la ratita dejaba un buen trozo de pescado junto al gato.

Pasaron los días y la escena se repitió de un modo idéntico, hasta que el gato recuperó las fuerzas y pudo buscar la comida por su propia cuenta.

Admirado por la solidaridad y cooperación entre los animales, se dijo:

"No todo está perdido. Si los animales, que son inferiores a nosotros, son capaces de ayudarse de este modo, mucho más lo haremos las personas".

Y decidió hacer la experiencia: Se tiró al suelo, simulando que estaba herido, y se puso a esperar que pasara alguien y le ayudara.

Pasaron las horas, llegó la noche y nadie se acercó en su ayuda. Estuvo así durante todo el otro día, y ya se iba a levantar, mucho más decepcionado que cuando comenzamos a leer esta historia, con la convicción de que la humanidad no tenía el menor remedio, sintió dentro de sí todo el desespero del hambriento, la soledad del enfermo, la tristeza del abandono, su corazón estaba devastado, y casi no sentía deseo de levantarse.

Entonces allí, en ese instante, lo oyó...

¡Con qué claridad, qué hermoso!, una hermosa voz, muy dentro de él le dijo:

Si quieres encontrar a tus semejantes, si quieres sentir que todo ha valido la pena, si quieres seguir creyendo en la humanidad, para encontrar a tus semejantes como hermanos, deja de hacer de gato y simplemente se la inusual ratita.

 

 

viernes, 14 de septiembre de 2012

Abuelita

Abuelita
Hans Christian Andersen

    Abuelita es muy vieja, tiene muchas arrugas y el pelo completamente blanco, pero sus ojos brillan como estrellas, sólo que mucho más hermosos, pues su expresión es dulce, y da gusto mirarlos. También sabe cuentos maravillosos y tiene un vestido de flores grandes, grandes, de una seda tan tupida que cruje cuando anda. Abuelita sabe muchas, muchísimas cosas, pues vivía ya mucho antes que papá y mamá, esto nadie lo duda. Tiene un libro de cánticos con recias cantoneras de plata; lo lee con gran frecuencia. En medio del libro hay una rosa, comprimida y seca, y, sin embargo, la mira con una sonrisa de arrobamiento, y le asoman lágrimas a los ojos. ¿Por qué abuelita mirará así la marchita rosa de su devocionario? ¿No lo sabes? Cada vez que las lágrimas de la abuelita caen sobre la flor, los colores cobran vida, la rosa se hincha y toda la sala se impregna de su aroma; se esfuman las paredes cual si fuesen pura niebla, y en derredor se levanta el bosque, espléndido y verde, con los rayos del sol filtrándose entre el follaje, y abuelita vuelve a ser joven, una bella muchacha de rubias trenzas y redondas mejillas coloradas, elegante y graciosa; no hay rosa más lozana, pero sus ojos, sus ojos dulces y cuajados de dicha, siguen siendo los ojos de abuelita.
Sentado junto a ella hay un hombre, joven, vigoroso, apuesto. Huele la rosa y ella sonríe - ¡pero ya no es la sonrisa de abuelita! - sí, y vuelve a sonreír. Ahora se ha marchado él, y por la mente de ella desfilan muchos pensamientos y muchas figuras; el hombre gallardo ya no está, la rosa yace en el libro de cánticos, y... abuelita vuelve a ser la anciana que contempla la rosa marchita guardada en el libro.
Ahora abuelita se ha muerto. Sentada en su silla de brazos, estaba contando una larga y maravillosa historia.
-Se ha terminado -dijo- y yo estoy muy cansada; dejadme echar un sueñito.
Se recostó respirando suavemente, y quedó dormida; pero el silencio se volvía más y más profundo, y en su rostro se reflejaban la felicidad y la paz; se habría dicho que lo bañaba el sol... y entonces dijeron que estaba muerta.
La pusieron en el negro ataúd, envuelta en lienzos blancos. ¡Estaba tan hermosa, a pesar de tener cerrados los ojos! Pero todas las arrugas habían desaparecido, y en su boca se dibujaba una sonrisa. El cabello era blanco como plata y venerable, y no daba miedo mirar a la muerta. Era siempre la abuelita, tan buena y tan querida. Colocaron el libro de cánticos bajo su cabeza, pues ella lo había pedido así, con la rosa entre las páginas. Y así enterraron a abuelita.
En la sepultura, junto a la pared del cementerio, plantaron un rosal que floreció espléndidamente, y los ruiseñores acudían a cantar allí, y desde la iglesia el órgano desgranaba las bellas canciones que estaban escritas en el libro colocado bajo la cabeza de la difunta. La luna enviaba sus rayos a la tumba, pero la muerta no estaba allí; los niños podían ir por la noche sin temor a coger una rosa de la tapia del cementerio. Los muertos saben mucho más de cuanto sabemos todos los vivos; saben el miedo, el miedo horrible que nos causarían si volviesen. Pero son mejores que todos nosotros, y por eso no vuelven. Hay tierra sobre el féretro, y tierra dentro de él. El libro de cánticos, con todas sus hojas, es polvo, y la rosa, con todos sus recuerdos, se ha convertido en polvo también. Pero encima siguen floreciendo nuevas rosas y cantando los ruiseñores, y enviando el órgano sus melodías. Y uno piensa muy a menudo en la abuelita, y la ve con sus ojos dulces, eternamente jóvenes. Los ojos no mueren nunca. Los nuestros verán a abuelita, joven y hermosa como antaño, cuando besó por vez primera la rosa, roja y lozana, que yace ahora en la tumba convertida en polvo.

FIN

El Imán

El Imán
Oscar Wilde

     Había una vez un imán y en el vecindario vivían unas limaduras de acero. Un día, a dos limaduras se les ocurrió bruscamente visitar al imán y empezaron a hablar de lo agradable que sería esta visita. Otras limaduras cercanas sorprendieron la conversación y las embargó el mismo deseo. Se agregaron otras y al fin todas las limaduras empezaron a discutir el asunto y gradualmente el vago deseo se transformó en impulso. ¿Por qué no ir hoy?, dijeron algunas, pero otras opinaron que sería mejor esperar hasta el día siguiente. Mientras tanto, sin advertirlo, habían ido acercándose al imán, que estaba muy tranquilo, como si no se diera cuenta de nada. Así prosiguieron discutiendo, siempre acercándose al imán, y cuanto más hablaban, más fuerte era el impulso, hasta que las más impacientes declararon que irían ese mismo día, hicieran lo que hicieran las otras. Se oyó decir a algunas que su deber era visitar al imán y que hacía ya tiempo que le debían esa visita. Mientras hablaban, seguían inconscientemente acercándose.
Al fin prevalecieron las impacientes, y en un impulso irresistible la comunidad entera gritó:

-Inútil esperar. Iremos hoy. Iremos ahora. Iremos en el acto.

La masa unánime se precipitó y quedó pegada al imán por todos lados. El imán sonrió, porque las limaduras de acero estaban convencidas de que su visita era voluntaria.
FIN

sábado, 8 de septiembre de 2012

La Dolorosa Verdad


La dolorosa Verdad
Anónimo

Un caminante llegó a un pueblo donde se anunciaba la actuación del “hombre maravilloso”, un personaje que, según contaba el pregonero, era capaz de realizar milagros.

El viajero se colocó en lugar de privilegio para ver el número, y, empezado éste, observó que, en efecto, aquel hombre realizaba prodigios tan grandes como el de crear objetos de la nada. Terminada la función, se acercó al «hombre maravilloso» y le preguntó:

-¿Dónde está el truco de los fenómenos que realizas?

-No hay ningún truco -contestó éste.

-¿Quieres decirme que eres capaz de crear de la nada? -volvió a inquirir.

-Así es -contestó de nuevo.

-Eso es imposible -gritó el viajero. Sólo puede crear Dios. ¿Es que acaso tú eres Dios?

-Así es -volvió a responder el “hombre maravilloso”.

Lleno de indignación ante aquella irrespetuosa manifestación, el viajero gritó burlándose:

-¡Tú eres tan Dios como puedo serlo yo!

-Así es también -respondió de nuevo-, sólo que hay una pequeña diferencia entre tú y yo.

-¿Cuál es? -preguntó intrigado el caminante.

-Que yo lo sé y tú no.

Creer que eres capaz de crear es mas útil que el crear en si, porque es mas fácil hacer, que creer que lo haces bien.

Insatisfecho


Insatisfecho
Patricio Ortega O.
Ilustración, César P. T.

       La fiesta en Rio de Janeiro estaba finalizando y junto ella los bailarines de la caravana inicial se marchaban fatigados. Pedro el líder de la caravana propuso ir a una cantina a celebrar la buena vibra que vivieron en la festividad.

Todos muy contentos e intentando hacer a un lado el cansancio partieron a la cantina “muito bela” que se encontraba muy cerca de ahí.

Mesa para seis pidió pedro al mesero mas cercano, y este a su ves los guio hasta una mesa redonda cerca de la ventana principal.

Pasaron tres cuartos de hora desde que los festejantes habían llegado a la cantina cuando de pronto un quejido llego desde la calle: ¡que hambre tengo! ¡que hambre tengo!.

Hugo, quien escuchaba mas fuerte el quejido se asomo por la ventana y vio que era un mendigo sentado en la cuneta hacia la calle, pero que miraba intencionadamente  hacia el interior de la cantina. Hugo se sintió triste al ver tanta comida en su mesa y a ese pobre hombre sin nada que comer. Fue así como se excuso con sus acompañantes para ir un momento a la calle.

Cuando salió se dio cuenta que aquel mendigo no se mostro asombrado al verlo. Hugo se acerco y le entrego un trozo de pan con queso y carne y se fue rápidamente.

Al volver a su mesa, volvió a escuchar ¡Que sed tengo! ¡que sed tengo!.

Rápidamente Hugo le llevo un vaso con jugo que recientemente le había llevado el camarero.

Nuevamente cuando regreso a su mesa, otra ves escucho, ¡que frio tengo! ¡pero que frio tengo!.

Muy preocupado por que el hombrecillo tenía fría, salió presuroso y le dio su abrigo.

Ya muy cansado volvió a su mesa, pero otra ves el hombre se quejo y dijo ¡que sueño tengo! ¡Pero que sueño tengo!.

Pero esta ves cuando Hugo intento salir a la calle, Pedro lo detuvo y le dijo, ya es suficiente amigo.

Pero Hugo le respondió; es una persona en apuros y necesita ayuda.

No – dijo Pedro- cuando tenia hambre era una persona en apuros, ahora es un aprovechado que no se cansa. Tú ya has hecho suficiente, y aunque tristemente sea el verlo de esa manera, no es bueno avalar su holgazanería y aprovechamiento.

Fue así como Hugo, aunque triste por no poder ayudar mas, comprendió que entre mas ayuda se le brinda a la gente, estas dependen mas de ti y cuando tu no logras ayudarles sientes como si tus obligaciones no las estuvieras cumpliendo.

 Así que desde ese día se propuso ayudar al nivel en que la dependencia no llegara para que así los otros también lograran por si solos sus metas.

Fin.

jueves, 6 de septiembre de 2012

La Historia de Nadie

La Historia de Nadie
Charles Dickens
 
   Vivía en la orilla de un enorme río, ancho y profundo, que se deslizaba silencioso y constante hasta un vasto océano desconocido. Fluía así, desde el Génesis. Su curso se alteró algunas veces, al volcarse sobre nuevos canales, dejando el antiguo lecho, seco y estéril; pero jamás sobrepasó su cauce, y seguirá siempre fluyendo hasta la eternidad.

Nada podía progresar, dado su corriente impetuosa e insondable. Ningún ser viviente, ni flores, ni hojas, ni la menor partícula de cosa animada o sin vida volvía jamás del océano desconocido. La corriente del río oponía enérgica resistencia, y el curso de un río jamás se detiene, aun cuando la tierra cese en sus revoluciones alrededor del sol.

Vivía en un paraje bullicioso, y trabajaba intensamente para poder subsistir. No tenía esperanza de ser alguna vez lo suficientemente rico como para descansar durante un mes, pero aun así, estaba contento, tenía a Dios por testigo y no le faltaba voluntad para cumplir sus pesadas tareas. Pertenecía a una inmensa familia, cuyos miembros debían ganarse el sustento por sí mismos con la diaria tarea, prolongada desde el amanecer hasta entrada la noche. No tenía otra perspectiva ni jamás había pensado en ella.

En la vecindad donde residía se oían constantes ruidos de trompetas y tambores, pero no le concernían en absoluto. Esos golpes y tumultos procedían de la familia Bigwig, cuya extraña conducta no dejaba de admirar. Ellos exponían ante la puerta de su vivienda las más raras estatuas de hierro, mármol y bronce y oscurecían la casa con las patas y colas de toscas imágenes de caballos. Si se les preguntaba el significado de todo eso, sonreían con su rudeza habitual y continuaban su ardua tarea.

La familia Bigwig (compuesta por los personajes más importantes de los alrededores, y los más turbulentos también) tomó a su cargo la misión de evitar que pensara por sí mismo, manejándolo y dirigiendo sus asuntos. "Porque, verdaderamente -decía él-, carezco del tiempo suficiente, y si son tan buenos al cuidarme, a cambio del dinero que les pagaré -pues la situación monetaria de dicha familia no estaba por encima de la suya-, estaré aliviado y muy agradecido al considerar que ustedes entienden más que yo." Aquí continuaban los golpes y tumultos, y las extrañas imágenes de caballos ante las cuales se esperaba debía arrodillarse y adorar.

-No comprendo nada de eso -dijo, frotándose confuso la frente arrugada-. Debe tener un significado seguramente, que yo no alcanzo a descubrirlo.

-Eso significa -contestó la familia, sospechando lo que quería decir- honor y gloria en lo más alto, para el mayor mérito.

-¡Oh! -respondió él, y quedó satisfecho.

Pero cuando miró hacia las imágenes de hierro, mármol y bronce, no encontró ningún compatriota suyo de valor. No pudo descubrir ni uno de los hombres cuyo saber lo rescató a él y a sus hijos de una enfermedad terrible, cuyo arrojo elevó a sus antepasados de la condición de siervos, cuya sabia imaginación abrió una existencia nueva y elevada a los más humildes, cuya habilidad llenó de infinitas maravillas el mundo del hombre trabajador. En cambio descubrió a otros acerca de los cuales no había escuchado jamás nada bueno, y otros más, aún, sobre quienes sabía que pesaban muchas maldades.

-¡Jum! -se dijo para sí-. No lo entiendo del todo.

De modo que se fue a su casa y se sentó junto a la lumbre, para no pensar más en ello.

En este tiempo no había lumbre en su chimenea, cruzada por surcos ennegrecidos; a pesar de ello, era su lugar favorito. Su mujer tenía las manos endurecidas por el trabajo constante, y había envejecido antes de tiempo, pero aun así la amaba mucho. Sus hijos, detenidos en el crecimiento, exhibían señales de una alimentación deficiente; pero se notaba belleza en sus ojos. Por sobre todas las cosas, existía en el alma de ese hombre el ardiente deseo de instruir a sus hijos. "Si algunas veces resulté engañado -decía- por falta de saber, al menos que ellos aprendan para evitar mis errores. Si es duro para mí recoger la cosecha de placer y sabiduría acumulada en los libros, que a ellos les resulte fácil."

Pero la familia Bigwig estalló en violentas discusiones acerca de lo que era legítimo enseñar a los hijos de ese hombre. Algunos miembros insistían en que determinados asuntos eran primordiales e indispensables, y la familia se separó en distintas facciones, escribió panfletos, convocó a sesiones, pronunció discursos, se acorralaron unos a otros en tribunales laicos y cortes eclesiásticas, se arrojaron barro, cruzaron las espaldas y cayeron en abierta pugna e incomprensible rencor. Mientras tanto, este hombre contempló al demonio de la ignorancia irguiéndose y arrastrando consigo a sus hijos. Vio a su hija convertida en una prostituta andrajosa, a su hijo embrutecerse en los senderos de baja sensualidad, hasta llegar a la brutalidad y al crimen; la naciente luz de la inteligencia en los ojos de sus hijos pequeños cambiaba hasta convertirse en astucia y sospechas, a tal punto que los hubiera preferido imbéciles.

-Tampoco soy capaz de entenderlo -dijo entonces-; pero creo que no puede justificarse. ¡No! ¡Por el cielo nublado que me ampara, protesto y me reconozco culpable!

Tranquilizado nuevamente (porque sus pasiones eran por lo común de escasa duración y su natural bondadoso), miró a su alrededor, en los domingos y feriados, y notó cuánta monotonía y fastidio existía por doquier; cuánta embriaguez surgía de allí, con su séquito de ruindades. Entonces recurrió a la familia Bigwig, diciendo:

-Somos gente trabajadora, y sospecho que la gente trabajadora, de cualquier condición, necesita refrigerio mental y distracciones. Vean las condiciones en que caemos cuando descansamos sin ellas. ¡Vengan! ¡Distráiganme inocentemente, muéstrenme alguna cosa, denme una escapatoria!

Pero la familia Bigwig se alborotó.

Cuando varias voces pudieron escucharse, se le propuso enseñar las maravillas del mundo, las grandezas de la creación, los notables cambios del tiempo, la obra de la naturaleza y las bellezas del arte en cualquier período de su vida y cuanto pudiera contemplarlas. Esto originó entre los miembros de la familia Bigwig tanto desorden y desvarío, tantos tribunales y peticiones, tantos reclamos y memoriales, tantas mutuas ofensas, una ráfaga tan intensa de debates parlamentarios donde el "no me atrevo" seguía al "lo haría si pudiera", que dejaron al pobre hombre estupefacto, mirando extraviado a su alrededor.

-Yo he provocado esto -se dijo, y se tapó aterrorizado los oídos-. Sólo intento hacer una pregunta inocente, surgida de mi experiencia familiar y del saber común de todo hombre que desea abrir los ojos. No lo entiendo y no soy comprendido. ¿Qué surgiría de semejante estado de cosas?

Inclinado sobre su trabajo, se repetía con frecuencia esta pregunta cuando comenzó a extenderse la noticia de una peste que había aparecido entre los trabajadores, provocando muertes a millares. Al mirar a su alrededor, pronto descubrió que la noticia era cierta. Los moribundos y los muertos se mezclaban en las casas estrechas y sucias en que vivieron. Nuevos venenos se filtraban en la atmósfera siempre triste, siempre nauseabunda. Los fuertes y los débiles, la ancianidad y la infancia, el padre y la madre, todos eran derribados a la par.

¿Qué medios de escape poseía? Quedose allí y vio morir a aquellos a quienes más amaba. Un benévolo predicador vino hacia él, tratando de decir algunas plegarias con las cuales calmar su corazón entristecido, pero él replicó:

-¡Bah! ¿Qué eficacia posees, misionero, al acercarte a mí, a un hombre condenado a vivir en este lugar hediondo, donde cada sentimiento que se demuestra se convierte en un tormento y donde cada minuto de mis días contados es una nueva palada de lodo agregada a la pila que me oprime? Pero denme el fugaz resplandor del cielo por medio del aire y la luz; denme agua pura, ayúdenme a mantenerme aseado; iluminen esta atmósfera pesada y esta vida oscura en la que nuestros espíritus se hunden y que nos convierten en las criaturas indiferentes y endurecidas que tan a menudo contemplan; gentil y bondadosamente lleven los cadáveres de aquellos que murieron fuera de esta mísera habitación, donde ya nos hemos familiarizado en tal forma con el terrible cambio que, para nosotros, hasta ha perdido su santidad, y, maestro, oiré entonces, nadie mejor que tú lo sabes cuán voluntariamente, a Aquel cuyo pensamiento estaba siempre con los pobres y que compadecía todas las miserias humanas.

Estaba ya de nuevo en su trabajo, triste y solitario, cuando el amo apareció y permaneció a su lado, vestido de negro. También él había sufrido mucho. Su joven esposa, su esposa tan bella y tan buena, había muerto, llevando consigo su único hijo.

-¡Señor! Es muy duro de sobrellevar, lo sé, pero consuélate. Yo trataré de aliviarte en lo posible.

El patrón le agradeció desde el fondo de su corazón, pero contestó:

-¡Oh, trabajadores! La calamidad comenzó entre ustedes. Si hubieran vivido en forma más saludable yo no sería el viudo desconsolado del presente.

-Señor -replicó el trabajador, moviendo la cabeza-, he comenzado a comprender hasta cierto punto que la mayor parte de las calamidades provendrán de nosotros, como provino esta, y que nada se detendrá ante nuestras pobres puertas mientras no nos unamos a aquella gran familia pendenciera, para hacer las cosas que deben hacerse. No podemos vivir sana y decentemente hasta que aquellos que se comprometieron a dirigirnos nos proporcionen los medios. No podemos ser instruidos hasta que no nos enseñen; no podremos divertirnos razonablemente hasta que ellos no nos procuren diversiones; sólo podremos creer en falsos dioses, en nuestros hogares, mientras ellos ensalzan a muchos de los suyos en todos los lugares públicos. Las malas consecuencias de una educación imperfecta, de una indiferencia peligrosa, de inhumanas restricciones; y el rechazo absoluto de cualquier goce, todo procederá de nosotros y nada se detendrá. Se extenderán en todas direcciones. Siempre sucede así, al igual que con la peste. Esto entiendo yo, al menos.

Pero el amo respondió:

-¡Oh, ustedes, trabajadores! ¡Cuán raramente se dirigen a nosotros, si no es por algún motivo de queja!

-Señor -replicó-. No soy nadie y tengo escasas posibilidades de ser escuchado, o tal vez no desee ser oído, excepto cuando existe alguna queja. Pero ella nunca tiene origen en mí, y nunca puede terminar conmigo. Tan seguro como la muerte que desciende hasta mí para hundirme.

Había tanta razón en lo que decía, que la familia Bigwig llegó a notificarse y, terriblemente asustada por la reciente catástrofe, resolvió unirse a él para hacer las cosas con más justicia, en todo caso, hasta donde esas mismas cosas estuvieran asociadas con la inmediata prevención, humanamente hablando, de una nueva peste. Pero en cuanto desapareció el temor, cosa que sucedió muy pronto, se reanudaron las mutuas querellas y no se hizo nada. En consecuencia, la desdicha volvió a reaparecer, rugió como antes, se extendió como antes, vengativamente hacia arriba, arrastrando un gran número de descontentos. Pero ni un solo hombre entre ellos quiso admitir, aun en el más ínfimo grado, ser uno de los culpables.

Por consiguiente, siguiose viviendo y muriendo en igual forma, y esto es lo primordial en la Historia de Nadie.

¿No tiene nombre?, preguntarán. Tal vez se llama Legión. Importa poco cuál sea su nombre verdadero.

Si han estado en los pueblos belgas, cerca del campo de Waterloo, habrán visto en alguna iglesia pequeña y silenciosa el monumento erigido por fieles compañeros de armas a la memoria del coronel A., del mayor B., de los capitanes C, D y E, de los subtenientes F y G, alféreces H, 1 y J, de siete oficiales y ciento treinta soldados que cayeron en el cumplimiento de su deber en un día memorable. La Historia de Nadie es la historia de los soldados anónimos de la tierra. Ellos tomaron parte en la batalla, les corresponde parte de la victoria; cayeron y no dejaron su nombre más que en conjunto. La marcha del más orgulloso de nosotros se encauza en el sendero polvoriento que ellos atravesaron. ¡Oh! Pensemos en ellos este año, ante el fuego de Navidad, y no los olvidemos después que este se haya extinguido.

FIN

martes, 4 de septiembre de 2012

Antonieta Marraqueta


Antonieta Marraqueta
Patuziin

“La siguiente historia cuenta la corta vida de una marraquetita presumida.”

Juan Carrillo era un panadero muy famoso, porque cocinaba los más deliciosos pasteles y las piezas de pan mas deleitables, era tanto así, que la reina de Inglaterra, mandaba en un avión a su consejero personal para que le llevara deliciosos panes.

Así fue como un día, cuando Juan el panadero terminaba de hornear el último pedido del día, recibió una llamada, era la presidenta de Argentina, que solicitaba 100 kilos de pan y 400 pasteles para la próxima semana. Juan muy contento pero preocupado al mismo tiempo, le pidió ayuda a su primo José, quien también es panadero. Mientras que Juan preparaba el pedido para la presidenta, José se encargaba de amasar y hornear los pedidos de la panadería, los cuales eran recogidos todos los días por los clientes.

El siguiente día, cuando José entregaba el pedido de la señora Lucia, se vio tentado a quitarle una pieza de pan,, la cual era muy hermosa, por su color, aroma y textura. Era la marraqueta más perfecta que jamás hubiera cocinado antes, y sacándola se la intercambio por otra que no tenía nada en particular. En la noche cuando José y Juan se marcharon a sus casas, los pasteles y panes que quedaban en la panadería salieron a conversar de lo maravilloso que sería que los compraran para deleitar a las personas, en especial a los niños. Yoyo “el pie de limón” le decía a Cris “el strudell de manzana”, ¿te fijaste que el panadero nuevo, no quiso vender una marraqueta del pedido?, No (respondió Cris). Muchos pasteles hablaban de lo mismo y ninguno sabía el porqué de esa acción. Curiosos muchos se acercaron a Antonieta “la marraqueta”, y le preguntaron ¿estas vencida, dura o añeja?... Nada de eso pasteles – respondió enojada Antonieta – acaso no ven mi belleza y textura, soy magnifica, por eso mi creador me ha escogido, solo me venderán a alguien que lo valga.

Pero, a nosotros nos cocinan para vendernos y hacer felices a las personas, ¿Por qué tú eres especial? – dijo Yoyo “el pie de limón”

Porqué soy la mejor marraqueta – contesto Antonieta -  y no dijo nada más

Al otro día, cuando los clientes llegaron a comprar, el panadero José hizo nuevamente lo mismo, quito a Antonieta del canasto y la dejo junto al sector de huevos.

En la noche, los pasteles nuevamente salieron a pasear y sorprendidos, encontraron a Antonieta aun en la panadería. Ella muy burlona les dijo – lo ven, me creen ahora cuando les digo que no soy para cualquiera, soy la creación más especial de todas.

Serafín “el brownie” le contestó – yo creo que deberías dejarte vender, y hacer feliz a algún niño, porque si no te pondrás añeja y nadie te llevara.

¡Tonterías! A mi no me pasara nada de eso, ¿Qué sabes tu?, solo eres un queque cubierto de nueces.

Al siguiente día, José la volvió a quitar del cesto y el siguiente y el siguiente. Cuando se cumplió el sexto día, Antonieta ya no tenía el mismo aroma, ni la misma textura, pero si el mismo color y José, pensó, que aunque no se vendiera, no la echaría a la basura, porque quería que su primo Juan la viera. Esa noche, Antonieta alardeo como nunca enfrente de los antiguos pasteles y de los mas resientes, de lo mucho que ella le importaba a su creador, y que a demás conocería al dueño de la pastelería en persona. Porque ella solo estaba para ocasiones y personas importantes, y que era muy posible, que la reina la escogiera.

Cuando termino por fin la semana, Juan el panadero entrego el pedido monumental que la presidenta la había encargado. Cuando regreso a su panadería, lo primero que vio en el aparador, fue a la añeja marraqueta, sin gracia ni belleza, la tomo y su asombro fue tal que no disimuló su espanto, estaba realmente dura, lo único destacable era su color, pero por más bello que fuera el color, ninguno de sus clientes merecía la desdicha de comer tal piedra.

Fue en ese momento cuando Antonieta sin entender nada cayó en el sesto de la basura, frente a todos esos “insignificantes” pasteles que aun esperaban ansiosos ser felizmente degustados.

Moraleja: “cuando crees ser mejor que los demás, olvidas tus propósitos de felicidad”

* este es el segundo cuento de mi nueva colección llamada "Nuevo Inicio" , el primero fué "EL FIN DEL MUNDO" , y esta publicado en el mes de agosto.

domingo, 2 de septiembre de 2012

Juan sin miedo

Juan Sin Miedo
Hermanos Grimm
Ilustración de Diego H. Carcano
 
     Érase una vez un matrimonio de leñadores que tenía dos hijos. Pedro, el mayor, era un chico muy miedoso. Cualquier ruido le sobresaltaba y las noches eran para él terroríficas. Juan, el pequeño, era todo lo contrario. No tenía miedo de nada. Por esa razón, la gente lo llamaba Juan sin miedo. Un día, Juan decidió salir de su casa en busca de aventuras. De nada sirvió que sus padres intentaron convencerlo de que no lo hiciera. El quería conocer el miedo. Saber que se sentía.

Estuvo andando sin parar varios días sin que nada especial le sucediese. Llegó un bosque y decidió cruzarlo. Bastante aburrido, se sentó a descansar un rato. De repente, una bruja de terrible aspecto, rodeada de humo maloliente y haciendo grandes aspavientos, apareció junto a él.

¿Que ahí abuela? -saludo Juan con toda tranquilidad.

¡Desvergonzado! ¡Soy una bruja!

Pero Juan nos impresionó. La bruja intentó todo lo que sabía para asustar a aquel muchacho. Nada dio resultado. Así que se dio media vuelta y se fue de allí cabizbaja, pensando que era su primer fracaso como bruja.

Tras su descanso, Juan echó a andar de nuevo. En un claro del bosque encontró una casa. Llamo a la puerta y le abrió un espantoso ogro que, al ver al muchacho, comenzó a lanzar unas terribles carcajadas.

Juan no soportó que se riera de él. Se quitó el cinturón y empezó a darle unos terribles golpes hasta que el ogro le rogó que parase.

El muchacho pasó la noche en la casa del ogro. Por la mañana siguió su camino y llegó a una ciudad. En la plaza un pregonero leía un mensaje del rey.

Y a quien se atreva a pasar tres noches seguidas en este castillo, el rey le concederá a la mano de la princesa.

Juan sin miedo se dirigió al palacio real, donde fue recibido por el soberano.

Majestad, estoy dispuesto a ir a ese castillo dijo el muchacho.

Sin duda has de ser muy valiente contestó el monarca. Pero creo que deberías pensar lo mejor.

Está decidido respondió Juan con gran seguridad.

Juan llegó al castillo. Llevaba años deshabitado. Había polvo y telarañas por todas partes. Como tenía frío, encendió una hoguera. Con el calor se quedó dormido.

Al rato, unos ruidos de cadenas lo despertaron. Al abrir los ojos, el muchacho vio ante él un fantasma.

Juan, muy enfadado por qué lo hubieran despertado, cogió un palo ardiendo y se lo tiró al fantasma.

Este, con su sábana en llamas, huyó de allí y el muchacho siguió durmiendo tan tranquilo.

Por la mañana, siguió recorriendo el castillo. Encontró una habitación con una cama y decidió pasar allí su segunda noche. Al poco rato de haberse acostado, o yo lo que parecían maullidos de gatos. Y ante él aparecieron tres grandes tigres que lo miraban con ojos amenazadores.

Juan cogió la barra de hierro y empezó a repartir golpes. Con cada golpe, los tigres se iban haciendo más pequeños. Tanto redujeron su tamaño que, al final, quedaron convertidos en unos juguetones que a gatitos a los que Juan estuvo acariciando.

Llegó la tercera noche y Juan se echó a dormir. Al cabo de unos minutos escuchó unos impresionantes rugidos. Un enorme león estaba a punto de atacarlo. El muchacho cogió la barra de hierro y empezó a golpear al pobre animal, quien empezó a decir con voz suplicante: ¡Basta! ¡basta! ¡no me es más! ¡eres un bruto! ¿no te das cuenta de que me vas a matar?

A la mañana siguiente, Juan sin miedo apareció el palacio real. El rey, que no daba crédito a sus ojos, le concedió la mano de su hija y, a los pocos días se celebraron las bodas.

Juan estaba encantado con su esposa y se sentía muy feliz.

La princesa también lo estaba. Pero decidió que haría conocer el miedo a su marido.

Una noche, mientras Juan dormía, ella cogió una jarra de agua fría y se la derramó encima.

El pobre Juan creyó morir del susto. Temblaba de terror. Sus pelos estaban rizados y ¡conoció el miedo, por fin!

Juan una vez recuperado, agradeció su esposa haberle hecho sentir miedo, algo que todo el mundo conoce.

Fin.