La Historia de Pocahontas
Marcel Schwob
Pocahontas era 
la hija del rey Powhatan, el que reinaba sentado en un trono hecho como para 
servir de cama y cubierto con un gran manto de pieles de mapache cosidas de las 
cuales pendían todas sus colas. Fue criada en una casa alfombrada con esteras, 
entre sacerdotes y mujeres que tenían la cabeza y los hombros pintados de rojo 
vivo y que la entretenían con mordillos de cobre y cascabeles de serpiente. 
Namontak, un servidor fiel, velaba por la princesa y organizaba sus juegos. A 
veces la llevaban a la floresta, junto al gran río Rappahanok, y treinta 
vírgenes desnudas bailaban para distraerla. Estaban pintadas de diversos colores 
y ceñidos por hojas verdes, llevaban en la cabeza cuernos de macho cabrío, y una 
piel de nutria en la cintura y, agitando mazas, saltaban alrededor de una 
hoguera crepitante. Cuando la danza terminaba, desparramaban las brasas y 
llevaban a la princesa de regreso a la luz de los tizones.
En el año 1607 el país 
de Pocahontas fue turbado por los europeos. Gentilhombres arruinados, 
estafadores y buscadores de oro, fueron a acostar en las orillas del Potomac y 
construyeron chozas de tablas. Les dieron a las chozas el nombre de Jamestown y 
llamaron a su colonia Virginia. Virginia no fue, por esos años, sino un 
miserable pequeño fuerte construido en la bahía de Chesapeake, en medio de los 
dominios del gran rey Powhatan. Los colonos eligieron para presidente al capitán 
John Smith, quien en otros tiempos había corrido aventuras hasta por tierra de 
turcos. Deambulaban por las rocas y vivían de los mariscos del mar y del poco 
trigo que podían obtener en el tráfico con los indígenas.
Al principio fueron 
recibidos con gran ceremonia. Un sacerdote salvaje tocó ante ellos una flauta de 
caña; alrededor de sus cabellos anudados llevaba una corona de pelos de gamo 
teñida de rojo y abierta como una rosa. Su cuerpo estaba pintado de carmesí, su 
rostro de azul; y tenía la piel salpicada de lentejuelas de plata nativa. Así, 
con la faz impasible, se sentó en una estera y fumó una pipa de 
tabaco.
Después otros se 
alinearon en columnas de a cuatro, pintados de negro y de rojo y de blanco y 
algunos por mitades, cantando y bailando delante de su ídolo Oki, hecho con 
pieles de serpientes rellenas de musgo y adornadas con cadenas de 
cobre.
Pero pocos días después, 
cuando el capitán Smith exploraba el río en una canoa, fue de pronto asaltado y 
maniatado. Lo llevaron en medio de terribles alaridos a una casa larga donde lo 
custodiaron cuarenta salvajes. Los sacerdotes, con sus ojos pintados de rojo y 
sus rostros negros cruzados por dos grandes franjas blancas, circundaron por dos 
veces el fuego de la casa de guardia con un reguero de harina y de granos de 
trigo. En seguida John Smith fue conducido a la choza del rey. Powhatan vestía 
su manto de pieles y aquellos que estaban alrededor de él tenían los cabellos 
adornados con plumas de pájaro. Una mujer llevó al capitán agua para lavarle las 
manos y otra se las secó con un manojo de plumas. Mientras tanto, dos gigantes 
rojos depositaron dos piedras planas a los pies de Powhatan. Y el rey levantó la 
mano, como señal de que John Smith iba a ser acostado en esas piedras y que se 
le aplastaría la cabeza a mazazos.
Pocahontas tenía apenas 
doce años y sacaba tímidamente la cabeza por entre los consejeros 
pintarrajeados. Gimió, se lanzó hacia el capitán y puso su cabeza contra la 
mejilla de éste. John Smith tenía veintinueve años. Tenía grandes bigotes 
enhiestos, la barba en abanico y su rostro era aguileño. Se le dijo que el 
nombre de la muchachita del rey, que le había salvado la vida, era Pocahontas. 
Pero no era su verdadero nombre. El rey Powhatan hizo las paces con John Smith y 
lo puso en libertad.
Un año más tarde el 
capitán Smith acampaba con su tropa en la selva fluvial. La noche era densa; una 
lluvia penetrante sofocaba todos los ruidos. De repente, Pocahontas tocó el 
hombro del capitán. Había atravesado, sola, las espantosas tinieblas de los 
bosques. Le susurró que su padre quería atacar a los ingleses y matarlos cuando 
estuvieran comiendo. Le suplicó que huyera si quería salvar su vida. El capitán 
Smith le ofreció abalorios y cintas; pero ella lloró y respondió que no se 
atrevía. Y huyó, sola, por el bosque.
Al año siguiente, el 
capitán Smith cayó en desgracia con los colonos y, en 1609, lo embarcaron para 
Inglaterra. Allí compuso libros sobre Virginia, en los cuales explicaba la 
situación de los colonos y contaba sus aventuras. Hacia 1612, un cierto capitán 
Argall, que había ido a comerciar con los potomacs (que era el pueblo del rey 
Powhatan) raptó por sorpresa a la princesa Pocahontas y la encerró en un navío 
como rehén. El rey, su padre, se indignó, pero no le fue devuelta. Así 
languideció prisionera hasta el día en que un gentilhombre de buena presencia, 
John Rolfe, se prendó de ella y la desposó. Fueron casados en abril de 1613. 
Dicen que Pocahontas confesó su amor a uno de sus hermanos, que fue a verla. 
Llegó a Inglaterra en el mes de junio de 1616, donde despertó, entre la gente de 
la sociedad, gran curiosidad por visitarla. La buena reina Ana la acogió con 
ternura y mandó que se grabara su retrato.
El capitán John Smith, 
que estaba a punto de partir otra vez para Virginia, fue a rendirle pleitesía 
antes de embarcarse. No la había visto desde 1608. Ahora tenía veintidós años. 
Cuando él entró, ella volvió la cabeza y ocultó el rostro, no respondió a su 
marido ni a sus amigos y permaneció sola durante dos o tres horas. Después 
preguntó por el capitán. Entonces alzó los ojos y le dijo:
-Usted le había 
prometido a Powhatan que todo lo suyo sería de él y él hizo lo mismo; extranjero 
en su patria, lo llamaba padre; por ser yo extranjera en la suva, lo llamaré 
así.
El capitán Smith arguyó 
razones de protocolo, pues ella era hija de rey.
Ella 
continuó:
-Usted no tuvo miedo de 
ir al país de mi padre y lo asustó, a él y a toda su gente, pero no a mí. 
¿Tendrá miedo, acaso, de que aquí lo llame padre mío? Le diré padre mío y usted 
me dirá hija mía, y yo seré para siempre de la misma patria que usted. Allá me 
habían dicho que usted había muerto...
Y le confió con voz baja 
a John Smith que su nombre era Matoaka. Los indios, por temor a que les fuera 
arrebatada por un maleficio, habían dado a los extranjeros el falso nombre de 
Pocahontas.
John Smith partió para 
Virginia y nunca más volvió a ver a Matoaka. Ella cayó enferma en Gravesend, a 
comienzos del año siguiente, empalideció y murió. Aún no tenía veintitrés 
años.
Su retrato está orlado 
por este exergo: Matoaka alias Rebecca filia potentissími príncipis 
Powahatami imperatoris Virginie. La pobre Matoaka tenía un sombrero de 
fieltro, alto, con dos guirnaldas de perlas; una gran gorguera de encaje tieso y 
llevaba un abanico de pluma. Tenía el rostro afinado, los pómulos salientes y 
grandes ojos dulces.
FIN

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