Dumbo Volador
Helen Aberson
Era primavera y el largo tren del circo, lleno de maravillosos animales, payasos y artistas, corría alegremente por la pradera que alumbraba la luna.
Tiraba del tren, Caser Jr., una potente locomotora.
Las mamás cantaban canciones de cuna para dormir a sus cachorritos. La señora Jumbo era la más feliz. Estaba orgullosa de su elefantito recién nacido. Las elefantas solteronas vecinas veían encantadas al hermoso bebé.
De pronto el elefantito estornudó. ¡Achij! ¡Qué sorpresa!” Dos grandes orejas se le desenvolvieron. Eran enormes para un elefantito. “Parece un payaso”. Dijo burlona una elefanta.
“¿Jumbo?”, dijo otra, “Debería llamarse Dumbo”. En el circo “Dumbo” le dicen a los tontos.
El pequeño, al ver sus orejas, se puso a llorar. Es que, realmente, eran enormes. Pero su cariñosa mamá la acostó en su trompa y lo arruyó tiernamente.
Por la mañana, el tren se detuvo en un pueblo. Los animales y los artistas salieron a desfilar por la calle principal.
La gente aplaudía el gran desfile, pero los aplausos se volvían burlas cuando veían al elefantito de las grandes orejas.
Cuando el desfile terminó, mamá Jumbo trató de consolar a su hijito, pero unos muchachos malos vinieron a burlarse de él. Uno de ellos, tirando de una de las orejas, gritó: “Parecen velas de barco”. Furiosa, mamá Jumbo tomó el agua de un balde y dio un buen baño al malvado chico. El público se espantó. “¡Un elefante rabioso!”, gritaban mientras corrían buscando las salidas.
El jefe del circo ordenó que encerraran a mamá Jumbo en el vagón cárcel. Dumbito quedó afuera, llorando solito.
Al día siguiente, el jefe hizo que vistieran a Dumbo de payaso, para que tomara parte en un número de payasadas. Dumbo debería saltar de una casa de cartón en llamas y caer en una red de bomberos.
El público reía como nunca, pero Dumbo se sentía humillado.
El animal más pequeño del circo era el ratoncito Timoteo.
“No me gusta lo que hacen con este pobre elefantito”, gritó enojado. “Yo voy a eyudar a Dumbo”.
“Ya lo verás”, decía Timoteo. “Sacaré a tu mamá de la prisión, y a ti te voy a hacer la estrella del circo”.
“Si, señor. Vas a volar muy alto, Dumbito”
Al oír aquellas palabras, Dumbo agitó sus grandes orejas como alas. Timoteo se queró perplejo al ver aquello.
“Oye”, dijo sonriendo, “eso de volar no es mala idea; te enseñaré a volar”.
Esa misma noche, en los terrenos que rodeaban el circo, y con el maestro Timoteo, Dumbo tomó su primera lección de vuelo. Corrió, saltó y agitó sus orejas, pero no pudo despegar.
Timoteo se acomodaba siempre para dormir dentro del sombrero de Dumbo. “Pronto volarás”, dijo bostezando.
Dumbo sonrió y se quedó dormido. Entonces soñó que volaba mejor que los pájaros.
Por la mañana, Timoteo se despertó y vio cuatro cuervos parados en una rama junto a él, “¿Dónde estoy?”, preguntó, frotándose los ojos. “Estás en lo alto de un árbol”, contestaron los cuervos. Y era cierto. Él y Dumbo estaban en las ramas de un árbol. “El elefantito y tú volaron hasta aquí”, dijeron los cuervos.
Para entonces Dumbo se había despertado, y sólo de pensar que pudo haber volado, le dio un mareo. Perdió el equilibrio, y después de rebotar en las ramas… ¡al agua! Él y Timoteo cayeon en un charco junto al tronco.
“Serás famoso”, le decía el ratoncito aún empapado. “Podrás volar, ya lo verás”.
Pero cuando Dumbo intentó volar de nuevo, no pudo.
Uno de los cuervos dijo a Timoteo en secreto: “Hay que hacerle creer que puede volar”, y con un guiño dio a Timoteo una pluma, diciendo: “Dile que si lleva esta pluma mágica volará”.
El truco dio resultado. En cuanto Dumbo tomó la pluma y agitó las orejas, levantó el vuelo.
“¡Bravo!”, gritó Timoteo. “¡Qué sorpresa van a llevarse los de la función de esta tarde!”.
Dumbo sacudió las orejas, y ante la sorpresa de todos, se elevó por los aires y voló en círculos, por encima del público que aplaudía delirante.
Y Dumbo se hizo tan famoso, que tuvieron que ponerle al circo: “Gran Circo de Dumbo Volador”. Mamá Jumbo salió de la cárcel y le hicieron un vagón especial muy elegante, y en él viajaban con ella Dumbo y Timoteo con toda comodidad.
Helen Aberson
Era primavera y el largo tren del circo, lleno de maravillosos animales, payasos y artistas, corría alegremente por la pradera que alumbraba la luna.
Tiraba del tren, Caser Jr., una potente locomotora.
Las mamás cantaban canciones de cuna para dormir a sus cachorritos. La señora Jumbo era la más feliz. Estaba orgullosa de su elefantito recién nacido. Las elefantas solteronas vecinas veían encantadas al hermoso bebé.
De pronto el elefantito estornudó. ¡Achij! ¡Qué sorpresa!” Dos grandes orejas se le desenvolvieron. Eran enormes para un elefantito. “Parece un payaso”. Dijo burlona una elefanta.
“¿Jumbo?”, dijo otra, “Debería llamarse Dumbo”. En el circo “Dumbo” le dicen a los tontos.
El pequeño, al ver sus orejas, se puso a llorar. Es que, realmente, eran enormes. Pero su cariñosa mamá la acostó en su trompa y lo arruyó tiernamente.
Por la mañana, el tren se detuvo en un pueblo. Los animales y los artistas salieron a desfilar por la calle principal.
La gente aplaudía el gran desfile, pero los aplausos se volvían burlas cuando veían al elefantito de las grandes orejas.
Cuando el desfile terminó, mamá Jumbo trató de consolar a su hijito, pero unos muchachos malos vinieron a burlarse de él. Uno de ellos, tirando de una de las orejas, gritó: “Parecen velas de barco”. Furiosa, mamá Jumbo tomó el agua de un balde y dio un buen baño al malvado chico. El público se espantó. “¡Un elefante rabioso!”, gritaban mientras corrían buscando las salidas.
El jefe del circo ordenó que encerraran a mamá Jumbo en el vagón cárcel. Dumbito quedó afuera, llorando solito.
Al día siguiente, el jefe hizo que vistieran a Dumbo de payaso, para que tomara parte en un número de payasadas. Dumbo debería saltar de una casa de cartón en llamas y caer en una red de bomberos.
El público reía como nunca, pero Dumbo se sentía humillado.
El animal más pequeño del circo era el ratoncito Timoteo.
“No me gusta lo que hacen con este pobre elefantito”, gritó enojado. “Yo voy a eyudar a Dumbo”.
“Ya lo verás”, decía Timoteo. “Sacaré a tu mamá de la prisión, y a ti te voy a hacer la estrella del circo”.
“Si, señor. Vas a volar muy alto, Dumbito”
Al oír aquellas palabras, Dumbo agitó sus grandes orejas como alas. Timoteo se queró perplejo al ver aquello.
“Oye”, dijo sonriendo, “eso de volar no es mala idea; te enseñaré a volar”.
Esa misma noche, en los terrenos que rodeaban el circo, y con el maestro Timoteo, Dumbo tomó su primera lección de vuelo. Corrió, saltó y agitó sus orejas, pero no pudo despegar.
Timoteo se acomodaba siempre para dormir dentro del sombrero de Dumbo. “Pronto volarás”, dijo bostezando.
Dumbo sonrió y se quedó dormido. Entonces soñó que volaba mejor que los pájaros.
Por la mañana, Timoteo se despertó y vio cuatro cuervos parados en una rama junto a él, “¿Dónde estoy?”, preguntó, frotándose los ojos. “Estás en lo alto de un árbol”, contestaron los cuervos. Y era cierto. Él y Dumbo estaban en las ramas de un árbol. “El elefantito y tú volaron hasta aquí”, dijeron los cuervos.
Para entonces Dumbo se había despertado, y sólo de pensar que pudo haber volado, le dio un mareo. Perdió el equilibrio, y después de rebotar en las ramas… ¡al agua! Él y Timoteo cayeon en un charco junto al tronco.
“Serás famoso”, le decía el ratoncito aún empapado. “Podrás volar, ya lo verás”.
Pero cuando Dumbo intentó volar de nuevo, no pudo.
Uno de los cuervos dijo a Timoteo en secreto: “Hay que hacerle creer que puede volar”, y con un guiño dio a Timoteo una pluma, diciendo: “Dile que si lleva esta pluma mágica volará”.
El truco dio resultado. En cuanto Dumbo tomó la pluma y agitó las orejas, levantó el vuelo.
“¡Bravo!”, gritó Timoteo. “¡Qué sorpresa van a llevarse los de la función de esta tarde!”.
Dumbo sacudió las orejas, y ante la sorpresa de todos, se elevó por los aires y voló en círculos, por encima del público que aplaudía delirante.
Y Dumbo se hizo tan famoso, que tuvieron que ponerle al circo: “Gran Circo de Dumbo Volador”. Mamá Jumbo salió de la cárcel y le hicieron un vagón especial muy elegante, y en él viajaban con ella Dumbo y Timoteo con toda comodidad.
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