Alí Babá y los Cuarenta ladrones
Antoine Galland
Había una vez un señor que se llamaba Alí Babá y que tenía un hermano que se
llamaba Kassim. Alí Babá era honesto, trabajador, bueno, leñador y pobre. Kassim
era deshonesto, haragán, malo, usurero y rico.Alí Babá tenía una esposa, una
hermosa criada que se llamaba Luz de la Noche, varios hijos fuertes y tres
mulas. Kassim tenía una esposa y muy mala memoria, pues nunca se acordaba de
visitar a sus parientes, ni siquiera para preguntarles si se encontraban bien o
si necesitaban algo. En realidad no los visitaba para que no le salieran
pidiendo algo.
Un día en que Alí Babá estaba en el bosque cortando leña
oyó un ruido que se acercaba y que se parecía al ruido que hacen cuarenta
caballos cuando galopan. Se asustó, pero como era curioso trepó a un
árbol.
Espiando, vio que eran, efectivamente, cuarenta caballos. Sobre
cada caballo venía un ladrón, y cada ladrón tenía una bolsa llena de monedas de
oro, vasos de oro, collares de oro y más de mil rubiés, zafiros, ágatas y
perlas. Delante de todos iba el jefe de los ladrones.
Los ladrones
pasaron debajo de Alí Babá y sofrenaron frente a una gran roca que tenía, más o
menos, como una cuadra de alto y que era completamente lisa. Entonces el jefe de
los ladrones gritó a la roca: "¡Sésamo: ábrete!". Se oyó un trueno y la roca,
como si fuera un sésamo, se abrió por el medio mientras Alí Babá casi se cae del
árbol por la emoción. Los ladrones entraron por la abertura de la roca con
caballo y todo, y una vez que estuvieron dentro el jefe gritó: "¡Sésamo:
ciérrate!". Y la roca se cerró.
"Es indudable -pensó Alí Babá sin bajar
del árbol- que esa roca completamente lisa es mágica y que las palabras
pronunciadas por el jefe de los ladrones tienen el poder de abrirla. Pero más
indudable todavía es que dentro de esa extraña roca tienen esos ladrones su
escondite secreto donde guardan todo lo que roban." Y en seguida se oyó otra vez
un gran trueno y la roca se abrió. Los ladrones salieron y el jefe gritó:
"¡Sésamo: ciérrate!". La roca se cerró y los ladrones se alejaron a todo galope,
seguramente para ir a robar en algún lado. Cuando se pedieron de vista, Alí Babá
bajó del árbol.
"Yo también entraré en esa roca -pensó-. El asunto será
ver si otra persona, pronunciando las palabras mágicas, puede abrirla."
Entonces, con todas las fuerzas que tenía, gritó: "¡Sésamo: ábrete!". Y la roca
se abrió.
Después de tardar lo que se tarda en parpadear, se lanzó por la
puerta mágica y entró. Y una vez dentro se encontró con el tesoro más grande del
mundo. "¡Sésamo: ciérrate!", dijo después. La roca se cerró con Alí Babá dentro
y él, con toda tranquilidad, se ocupó de meter en una bolsa una buena cantidad
de monedas de oro y rubiés. No demasiado: lo suficiente como para asegurarse la
comida de un año y tres meses. Después dijo: "¡Sésamo ábrete!". La roca se abrió
y Alí Babá salió con la bolsa al hombro. Dijo: "¡Sésamo: ciérrate!" y la roca se
cerró y él volvió a su casa, cantando de alegría. Pero cuando su esposa lo vio
entrar con la bolsa se puso a llorar.
-¿A quién le robaste eso? -gimió la
mujer.
Y siguió llorando. Pero cuando Alí Babá le contó la verdadera
historia, la mujer se puso a bailar con él.
-Nadie debe enterarse que
tenemos este tesoro -dijo Alí Babá-, porque si alguien se entera querrá saber de
dónde lo sacamos, y si le decimos de dónde lo sacamos querrá ir también él a esa
roca mágica, y si va puede ser que los ladrones lo descubran, y si lo descubren
terminarán por descubrirnos a nosotros. Y si nos descubren a nosotros nos
cortarán la cabeza. Enterremos todo esto.
-Antes contemos cuántas monedas
y piedras preciosas hay -dijo la mujer de Alí Babá.
-¿Y terminar dentro
de diez años? ¡Nunca! -le contestó Alí Babá.
-Entonces pesaré todo esto.
Así sabré, al menos aproximadamente, cuánto tenemos y cuánto podremos gastar
-dijo la mujer.
Y agregó:
-Pediré prestada una
balanza.
Desgraciadamente, la mujer de Alí Babá tuvo la mala idea de ir a
la casa de Kassim y pedir prestada la balanza. Kassim no estaba en ese momento,
pero sí su esposa.
-¿Y para qué quieres la balanza? -le preguntó la mujer
de Kassim a la mujer de Alí Babá.
-Para pesar unos granos -contestó la
mujer de Alí Babá.
"¡Qué raro! -pensó la mujer de Kassim-. Éstos no
tienen ni para caerse muertos y ahora quieren una balanza para pesar granos. Eso
sólo lo hacen los dueños de los grandes graneros o los ricos comerciantes que
venden granos."
-¿Y qué clase de granos vas a pesar? - le preguntó la
mujer de Kassim después de pensar lo que pensó.
-Pues granos... -le
contestó la mujer de Alí Babá.
-Voy a prestarte la balanza -le dijo la
mujer de Kassim.
Pero antes de prestársela, y con todo disimulo, la mujer
de Kassim untó con grasa la base de la balanza.
"Algunos granos se
pegarán en la grasa, y asi descubriré qué estuvieron pesando realmente", pensó
la mujer de Kassim.
Alí Babá y su mujer pesaron todas las monedas y las
piedras preciosas. Después devolvieron la balanza. Pero un rubí había quedado
pegado a la grasa.
-De manera que éstos son los granos que estuvieron pesando
-masculló la mujer de Kassim-
Se lo mostraré a mi marido.
Y cuando
Kassim vio el rubí, casi se muere del disgusto.
Y él, que nunca se
acordaba de visitar a Alí Babá, fue corriendo a buscarlo. Sin saludar a nadie,
entró en la casa de su hermano en el mismo momento en que estaban por enterrar
el tesoro.
-¡Sinvergüenzas! -gritó-. Ustedes siempre fueron unos pobres
gatos. Díganme de dónde sacaron ese maravilloso tesoro si no quieren que los
denuncie a la policía.
Y se puso a patalear de rabia. Alí Babá,
resignado, comprendió que lo mejor sería contarle la verdad.
-Mañana
mismo iré hasta esa roca y me traeré todo a mi casa -dijo Kassim cuando
terminaron de explicarle.
A la mañana siguiente, Kassim estaba frente a
la roca dispuesto a pronunciar las palabras mágicas.
Había llevado 12
mulas y 24 bolsas; tanto era lo que pensaba sacar.
-¿Qué era lo que tenía
que decir? -se preguntó Kassim-. Ah, sí, ahora recuerdo... Y muy emocionado
exclamó: "¡Sésamo: ábrete!".
La roca se abrió y Kassim entró. Después
dijo "Sésamo: ciérrate", y la roca se cerró con él dentro.
Una hora
estuvo Kassim parado frente a las montañas de moneda de oro y de piedras
preciosas.
"Aunque tenga que venir todos los días -pensó-, no dejaré la
más mínima cosa de valor que haya aquí. Me lo voy a llevar todo a mi casa." Y se
puso a morder las monedas para ver si eran falsas. Después empezó a elegir entre
las piedras preciosas. "Aunque me las llevaré todas, es mejor que empiece por
las más grandes, no vaya a ser que por h o por b mañana no pueda venir y me
quede sin las mejores." La elección le llevó unas cinco horas. Pero en ningún
momento se sintió cansado. "Es el trabajo más hermoso que hice en mi vida.
Gracias al tonto de mi hermano, me he convertido en el hombre más rico del
mundo." Y cuando cargó las 24 bolsas se dispuso a partir.
-¿Qué era lo
que tenía que decir? -se preguntó-. Ah, sí ahora recuerdo... Y muy emocionado
dijo: "Alpiste: ábrete".
Pero la roca ni se movió.
-¡Alpiste:
ábrete! -repitió Kassim.
Pero la roca no obedeció.
-Por Dios -dijo
Kassim-, olvidé el nombre de la semilla. ¿Por qué no lo habré anotado en un
papelito?
Y, desesperado, empezó a pronunciar el nombre de todas las
semillas que recordaba: "Cebada: ábrete"; "Maíz: ábrete"; "Garbanzo:
ábrete".
Al final, totalmente asustado, ya no sabía qué decir:
"Zanahoria: ábrete"; "Coliflor: ábrete"; "Calabaza: ábrete".
Hasta que la
roca se abrió. Pero no por Kassim sino por los cuarenta ladrones que regresaban.
Y cuando vieron a Kassim, le cortaron la cabeza.
-¿Cómo habrá entrado
aquí? -preguntó uno de los ladrones.
-Ya lo averiguaremos -dijo el jefe-.
Ahora salgamos a robar otra vez.
Y se fueron a robar, después de dejar
bien cerrada la roca.
Pero Alí Babá estaba preocupado porque Kassim no
regresaba. Entonces fue a buscarlo a la roca.
Dijo "Sésamo: ábrete", y
cuando entró vio a Kassim muerto. Llorando, se lo llevó a su casa para darle
sepultura. Pero había un problema: ¿qué diría a los vecinos? Si contaba que
Kassim había sido muerto por los ladrones se descubriría el secreto, y eso, ya
lo sabemos, no convenía.
-Digamos que murió de muerte natural -dijo Luz
de la Noche.
¿Cómo vamos a decir eso? Nadie se muere sin cabeza -dijo Alí
Babá.
-Yo lo resolveré -dijo Luz de la Noche, y fue a buscar a un
zapatero.
Camina que camina, llegó a la casa del zapatero.
"Zapatero -le dijo-, voy a vendarte los ojos y te llevaré a mi casa." "Eso nunca
-le contestó el zapatero-. Si voy, iré con los ojos bien libres." "No", repuso
Luz de la Noche. Y le dio una moneda de oro. "¿Y para qué quieres vendarme los
ojos?", preguntó el zapatero. "Para que no veas adónde te llevo y no puedas
decir a nadie dónde queda mi casa", dijo Luz de la Noche, y le dio otra moneda
de oro. "¿Y qué tengo que hacer en tu casa?" preguntó el zapatero. "Coser a un
muerto", le explicó Luz de la Noche. "Ah, no -dijo el zapatero-, eso sí que no",
y tendió la mano para que Luz de la Noche le diera otra moneda.
-Está
bien -dijo el zapatero después de recibir la moneda-, vamos a tu casa. Y fueron.
El zapatero cosió la cabeza del muerto, uniéndola. Y todo lo hizo con los ojos
vendados. Finalmente volvió a su casa acompañado por Luz de la Noche y allí se
quitó la venda.
-No cuentes a nadie lo que hiciste -le advirtió Luz de la
Noche.
Y se fue contenta, porque con su plan ya estaba todo resuelto. De
manera que cuando los vecinos fueron informados que Kassim había muerto, nadie
sospechó nada.
Y eso fue lo que pasó con Kassim, el malo, el haragán, el
de mala memoria. Pero resulta que los ladrones volvieron a la roca y vieron que
Kassim no estaba. Ninguno de los ladrones era muy inteligente que digamos, pero
el jefe dijo:
-Si el muerto no está, quiere decir que alguien se lo
llevó.
-Y si alguien se lo llevó, quiere decir que alguien salió de aquí
llevándoselo -dijo otro ladrón.
-Pero si alguien salió de aquí
llevándoselo, quiere decir que primero entró alguien que después se lo llevó
-dijo el jefe de los ladrones.
-¿Pero cómo va a entrar alguien si para
entrar tiene que pronunciar las palabras mágicas secretas, que por ser secretas
nadie conoce? -dijo otro ladrón.
Después de cavilar hasta el anochecer,
el jefe dijo:
-Quiere decir que si alguien salió llevándose a ese muerto,
quiere decir que antes de salir entró, porque nadie puede salir de ningún lado
si antes no entra. Quiere decir que el que entró pronunció las palabras
secretas.
-¿Y eso qué quiere decir? -preguntaron los otros 39
ladrones.
-¡Quiere decir que alguien descubrió el secreto! -contestó el
jefe.
-¿Y eso qué quiere decir? -preguntaron los 39.
-¡Que hay que
cortarle la cabeza!
-¡Muy bien! ¡Cortémosela ahora mismo!
Y ya
salían a cortarle la cabeza cuando el jefe dijo: "Primero tenemos que saber
quién es el que descrubrió nuestro secreto. Uno de ustedes debe ir al pueblo y
averiguarlo."
-Yo iré -dijo el ladrón número 39. (El número 40 era el
jefe).
Cuando el ladrón número 39 llegó al pueblo, pasó frente al taller
de un zapatero y entró. Dio la casualidad de que era el zapatero que ya
sabemos.
-Zapatero -dijo el ladrón número 39-, estoy buscando a un muerto
que se murió hace poco.¿No lo viste?
-¿Uno sin cabeza? - preguntó el
zapatero.
-El mismo -dijo el ladrón número 39.
-No, no lo vi -dijo
el zapatero.
-De mí no se ríe ningún zapatero -dijo el ladrón-. Bien
sabes de quién hablo.
-Sí que sé, pero juro que no lo vi.
Y el
zapatero le contó todo.
-Qué lástima -se lamentó el 39-, yo quería
recompensarte con esta linda bolsita. Y le mostró una bolsita llena de moneditas
de oro.
-Un momento -dijo el zapatero-, yo no vi nada, pero debes saber
que los ciegos tienen muy desarrollados sus otros sentidos. Cuando me vendaron
los ojos, súbitamente se me desarrolló el sentido del olfato. Creo que por el
olor podría reconocer la casa a la que me llevaron.
Y agregó: "Véndame
los ojos y sígueme. Me guiaré por mi nariz".
Así se hizo. Con su nariz al
frente fue el zapatero oliendo todo. Detrás de él iba el ladrón número 39. Hasta
que se pararon frente a una casa. "Es ésta -dijo el zapatero-. La reconozco por
el olor de la leña que sale de ella."
-Muy bien -respondió el ladrón
número 39-.
Haré una marca en la puerta para que pueda guiar a mis
compañeros hasta aquí y cumplir nuestra venganza amparados por la oscuridad de
la noche.
Y el ladrón hizo una cruz en la puerta. Después, ladrón y
zapatero se fueron, cada cual por su camino. Pero Luz de la Noche había visto
todo. Entonces salio a la calle y marcó la puerta de todas las casas con una
cruz igual a la que había hecho el ladrón. Después se fue a dormir muy
tranquila.
-Jefe -dijo el ladrón número 39 cuando volvió a la guarida
secreta-, con ayuda de un zapatero descubrí la casa del que sabe nuestro secreto
y ahora puedo conducirlos hasta ese lugar.
-¿Aun en la oscuridad de la
noche? ¿No te equivocarás de casa? -preguntó el jefe.
-No. Porque marqué
la puerta con una cruz.
-Vamos -dijeron todos.
Y blandiendo sus
alfanjes se lanzaron a todo galope.
-Ésta es la casa -dijo el ladrón
número 39 cuando llegaron a la primera puerta del pueblo.
-¿Cuál?
-preguntó el jefe.
-La que tiene la cruz en la puerta.
-¡Todas
tienen una cruz! ¿Cuántas puertas marcaste?
El ladrón número 39 casi se
desmaya. Pero no tuvo tiempo porque el jefe, enfurecido, le cortó la cabeza. Y,
sin pérdida de tiempo, ordenó el regreso. No querían levantar
sospechas.
-Alguien tiene que volver al pueblo, hablar con ese zapatero y
tratar de dar con la casa.
-Iré yo -dijo el ladrón número 38.
Y
fue.
Y encontró la casa del zapatero. Y el zapatero se hizo vendar los
ojos. Y le señaló la casa. Y el ladrón número 38 hizo una cruz en la puerta.
Pero de color rojo y tan chiquita que apenas se veía. Después, zapatero y ladrón
se fueron, cada cual por su camino.
Pero Luz de la Noche vio todo y
repitió la estratagema anterior: en todas las puertas de la vecindad marcó una
cruz roja, igual a la que había hecho el bandido.
-Jefe, ya encontré la
casa y puedo guiarlos ahora mismo -dijo el ladrón número 38 cuando volvió a la
roca mágica.
-¿No te confundirás? -dijo el jefe.
-No, porque hice
una cruz muy pequeña, que solo yo sé cuál es.
Y los treinta y nueve
ladrones salieron a todo galope.
-Esta es la casa -dijo el ladrón número
38 cuando llegaron a la primera puerta del pueblo.
-¿Cuál? -preguntó el
jefe.
-La que tiene esa pequeña cruz colorada en la puerta.
-Todas
tienen una pequeña cruz colorada en la puerta -dijo el jefe de los bandidos. Y
le cortó la cabeza.
Después el jefe dijo: "Mañana hablaré yo con ese
zapatero". Y ordenó el regreso. Al día siguiente el jefe de los ladrones buscó
al zapatero. Y lo encontró. Y el zapatero se hizo vendar los ojos. Y lo guió. Y
le mostró la casa. Pero el jefe no hizo ninguna cruz en la puerta ni otra señal.
Lo que hizo fue quedarse durante diez minutos mirando bien la
casa.
-Ahora soy capaz de reconocerla entre diez mil casas
parecidas.
Y fue en busca de sus muchachos.
-Ladrones -les dijo-,
para entrar en la casa del que descubrió nuestro secreto y cortarle la cabeza
sin ningún problema, me disfrazaré de vendedor de aceite. En cada caballo
cargaré dos tinas de aceite sin aceite. Cada uno de ustedes se esconderá en una
tina y cuando yo dé la orden ustedes saldrán de la tina y mataremos al que
descubrió nuestro secreto y a todos los que salgan a defenderlo.
-Muy
bien -dijeron los ladrones.
Los caballos fueron cargados con las tinas y
cada ladrón se metió en una de ellas. El jefe se disfrazó de vendedor de aceite
y después tapó las tinas.
Esa tarde los 38 ladrones entraron en el
pueblo. Todos los que los vieron entrar pensaban que se trataba de un vendedor
que traía 37 tinas de aceite.
Llegaron a la casa de Alí Babá y el jefe de
los ladrones pidió permiso para pasar.
-¿Quién eres? -preguntó Alí
Babá.
-Un pacífico vendedor de aceite -dijo el jefe de los bandidos-. Lo
único que te pido es albergue, para mí y para mis caballos.
-Adelante,
pacífico vendedor -dijo Alí Babá.
Y les dio albergue. Y también comida, y
dulces y licores. Pero el jefe de los ladrones lo único que quería era que
llegara la noche para matar a Alí Babá y a toda su familia.
Y la noche
llegó.
Pero resulta que hubo que encender las lámparas.
"Nos hemos
quedado sin una gota de aceite -dijo Luz de la Noche-, y no puedo encender las
lámparas. Por suerte hay en casa un vendedor de aceites; sacaré un poco de esas
grandes tinas que él tiene."
Luz de la Noche tomó un pesado cucharón de
cobre y fue hasta la primera tina y levantó la tapa. El ladrón que estaba
adentro creyó que era su jefe que venía a buscarlo para lanzarse al ataque, y
asomó la cabeza.
-¡Qué aceite más raro! -exclamó Luz de la Noche, y le
dio con el cucharón en la cabeza.
El ladrón no se levantó más.
Luz
de la Noche fue hasta la segunda tina y levantó la tapa, y otro ladrón asomó la
cabeza, creyendo que era su jefe.
-Un aceite con turbantes -dijo Luz de
la Noche.
Y le dio con el cucharón. El ladrón no se levantó más. Tina por
tina recorrió Luz de la Noche, y en todas le pasó lo mismo. A ella y al que
estaba adentro. Enojadísima, fue a buscar al vendedor de aceite, y blandiendo el
cucharón le dijo:
-Es una vergüenza. No encontré ni una miserable gota de
aceite en ninguna de sus tinas. ¿Con qué enciendo ahora mis lámparas?
Y
le dio con el cucharón en la cabeza.
El jefe de los ladrones cayó
redondo.
-¿Por qué tratas así a mis huéspedes? -preguntó Ali
Babá.
Entonces Luz de la Noche quitó el disfraz al jefe de la banda y
todo quedó aclarado. Como es de imaginar, los ladrones recibieron su
merecido.
Y eso fue lo que pasó con ellos.
En cuanto a Alí Babá,
dicen que al día siguiente fue a buscar algunas monedas de oro a la roca, y que
cuando llegó no encontró nada: la roca había desaparecido, con tesoro y
todo.
Pero ésta es una versión que ha comenzado a circular en estos días,
y no se ha podido demostrar.